KEN WILBER (www.descifrandolaexistencia.blogspot.com)
La iluminación consiste precisamente, en salir de la película de la vida, despertarnos y despabilarnos. Porque uno es, y siempre ha sido –como ocurre en el cine-, el Testigo. Pero cuando nos tomamos la vida demasiado en serio –cuando creemos en la realidad de la película- nos olvidamos de que, en realidad, somos el Testigo puro y libre y acabamos identificándonos con el pequeño Yo.
(KEN WILBER –Diarios)
1.
Los Diarios de Ken Wilber inician con una observación matinal en la cual narra que desde el amanecer, sus horas han transcurrido leyendo, estudiando y contemplando desde la terraza en su casa de campo la ligera brisa nevada, como una capa azucarada sobre los pinos en el bosque. Se levantó previamente a las cinco de la mañana y meditó durante una hora en la oscuridad, practicó algo de pesas y ejercicios aeróbicos, tomó un baño y un ligero desayuno vegetariano. Para luego transcurrir la mayor parte del resto del día leyendo, estudiando y practicando la contemplación.
Si se sigue con sus diarios, el lector puede darse cuenta que llegar a ese punto de la vida del escritor, en el cual puede dedicarse por completo y con tranquilidad, exclusivamente a lo que le gusta, no fue cosa sencilla. Antes debió renunciar a la tentación de la fama. Una fama que pudo seducirlo, alimentando su narciso, pero también secuestrar su privacidad y su vida independiente. Legiones de sus fans y lectores, así como miles de seguidores de la Nueva Era , se congregaban donde quiera que Wilber impartiera alguna charla, conferencia o presentara algún nuevo libro. El autor tuvo que reflexionar mucho sobre el rumbo que en delante debía seguir su vida, decidirse y ser tajante. Cuando sus libros comenzaban a hacerlo popular, prefirió dejar de dar conferencias, entrevistas y cursos, para dedicarse con exclusividad a lo que más le gusta: estar solo en su casa de campo, contemplar la naturaleza, cuidar de su jardín y de sus palomas, meditar, estudiar, escribir y leer. Recuperar en concreto, su vida privada.
2.
Demandas internas y externas a mí mismo, de un modo u otro, desde años atrás, pretendían maniatarme y obligarme a inscribirme como alumno de un doctorado. Desde que estudiábamos la licenciatura, existía el presunto deber de pasar apresuradamente a lo que seguía: una maestría. Terminé mi licenciatura en el año 2000. Siguiendo el camino amarillo establecido por las instituciones y los organismos reguladores de la educación y los colegios de profesionistas, ingresé en una maestría. En esos años, entre el 2001 y el 2003, mis compañeras de postgrado (yo era el único psicólogo entre ellas), principalmente docentes de la enseñanza del inglés, estudiosas de las letras, semiólogas, lingüistas y filósofas, se apresuraban por terminar lo más pronto posible con esos estudios e inscribirse en un doctorado, preferentemente en un país de habla germana o inglesa. No disfrutábamos el presente, no hacíamos más que pensar en el futuro y en lo que seguiría. Yo era parte de ese banco frenético de peses, sardinas y arenques ingenuos que se arrojaba a los abismos submarinos de una tentadora convocatoria para un posgrado de excelencia o una red de apoyos académicos. Con la promesa de que a mayor preparación académica, gozaríamos de mejores ofertas laborales. ¡Cuán ilusos éramos!
Con la finalidad de prepararme para lo que seguía, afiné mis habilidades en el inglés, traduje muchos artículos y practiqué estudiando en voz alta en el idioma de Dylan Thomas y Charles Sanders Pierce, incluso con una Biblia anglosajona y un profesor particular muy talentoso y paciente. Quien por cierto, también intentó secuestrarme para su iglesia bautista. Hasta estudié algo de portugués con unos discos y programas. Mis opciones apuntaban entre los Estados Unidos, Brasil o el Salvador.
Sobrevino en mí una insoportable oleada de tedio, malestar, insatisfacción y tristeza. Los artículos que escribí por aquellos años carecían de vida y de corazón. Reflejaban mi vacuidad y falta de experiencia vital. Eso sí, con la ayuda de algunos de mis profesores del postgrado, aprendí a plantearme problemas, a investigar, leer concienzudamente, analizar y sistematizar información. Mi voz de escritor, aunque hipnótica y sin alma, conseguía cada vez un poco más de claridad. Cuando menos había aprendido a darme a entender de manera escrita, aunque para mi pesar, aún con un lenguaje demasiado libresco.
Por otro lado comencé a decepcionarme ampliamente de la vida académica. Me alejé de ella y resolví tajantemente, hasta hoy en día, renunciar a la posibilidad de ingresar a un doctorado. Estudié vocalización y solfeo, comencé a cantar en cafés y restaurantes en compañía de algunos desilusionados sin rumbo, semejantes a mí. Llegué a profundizar en el género del bolero, Álvaro Carrillo y Manzanero fueron mis gurús durante esos años. Por nada del mundo abandoné el rock and roll. Escribí un libro de autoayuda y conseguí publicar algo por primera vez en una editorial comercial. Experimenté noches psicotrópicas: la cannabis índica se convirtió por aquellos días en una adorada llave, muy habitual, en la búsqueda de conocimientos sorpresivos y novedosos, relajación fácil y carcajadas. Retomé la escritura de cuentos y novelas, abandonada desde mi adolescencia, cuando comenzaba la carrera de psicología. Aprendí a tocar nuevos acordes en mi guitarra, a cantar, a dibujar, a practicar yoga, a leer el tarot. Descubrí la lectura de Jodorowsky, Krishnamurti, Castaneda y Ken Wilber.
3.
Ken Wilber es hijo de un militar norteamericano. Se desilusionó del mundo académico institucional mucho antes que yo. Se inscribió en la carrera de medicina y desertó, después ingresó a la de química y también la abandonó. Dándose cuenta que en delante se erigiría en su propio profesor. Estuvo casado en una ocasión, se divorció. Durante nueve años trabajó como lavaplatos, sin abandonar una carrera autodidacta como escritor de filosofía y psicología transpersonal. Leyendo por las noches acerca de todos los temas posibles, copiando a mano, palabra por palabra cada una de las obras del psicólogo inglés Allan Wats, con la finalidad de convertirse en escritor. Volvió a casarse con Treya, una chica elegante y delicada a quien conoció en una cena en casa de amigos. Para entonces comenzaba a ser un escritor cada vez más popular. Tenían apenas unas semanas de conocerse cuando resuelven casarse. A los diez días de su boda le diagnostican a ella un cáncer de mama. El escritor y psicólogo resuelve consagrar su vida a cuidarla. En delante comenzará un doloroso proceso en el que a la vez estudia, escribe, cuida a su esposa convaleciente y lucha por fortalecerse física y mentalmente. De dicha experiencia surgirá el libro: Gracia y Coraje, donde Wilber relata el proceso de la enfermedad de su mujer, mismo que desencadenará en la muerte de ella.
4.
En estos momentos de mi vida me impresiona mucho la biografía y la obra de los científicos y los artistas autodidactas. Sobre todo aquellos que han logrado evadir las trayectorias académicas que todos conocemos: licenciaturas, maestrías, doctorados, pos-doctorados, dentro de alguna institución oficial.
Wilber lee, investiga y redacta sus obras bajo un plan preciso y planeado con meticulosidad. Pasa hasta seis meses leyendo toda la bibliografía posible sobre un tema, ejercita su cuerpo, que es envidiablemente fuerte y esbelto para los poco más de sesenta años de edad con que cuenta. Practica la meditación con unos electrodos instalados sobre su cráneo calvo. Pretende explorar no sólo por experiencia personal los niveles profundos de la actividad eléctrica cerebral, sino generar evidencias concretas sobre los estados alterados o inusuales de la mente.
En sus años como asiduo de escuelas de yoga, misticismo, sufismo y demás, así como del fruto de sus riquísimas e incontables lecturas y viajes, ha formulado la teoría del Testigo. El Testigo es un contemplador activo-pasivo que vive en cada uno de nosotros, estando presente en todos los estados de conciencia de cada persona, desde que amanece hasta que anochece, incluso a lo largo de cada una de las fases biológicas del sueño. El Testigo es un observador amoral, amoroso y calmado que existe en lo más profundo, por debajo de la basura cognitiva y de pensamientos que nos abruman al 99% de los mortales, quienes no estamos acostumbrados a aquietar y brindarle direccionalidad a la mente. Quienes vivimos llevando a cuestas la acompasada y molesta carga de nuestras vivencias personales y de una experiencia del día a día con la que nos es imposible dejar de identificarnos.
Mediante años de práctica en la meditación, llega un punto, según se lee en los diarios personales del autor, en que se deja de vivir en medio de un divorcio entre la vigilia y el sueño, la conciencia y lo inconciente. El meditador experto, quien vive en contacto incesante con su Testigo, deja de sentirse identificado con el dolor, el placer, la indiferencia o el sufrimiento. El resultado de ello no es una apatía general ante las emociones, sino una capacidad de vivirlas a mayor plenitud, pues se deja de creer que uno es lo que siente. Conectándose por el contrario con un estado de vacuidad serena y calmada, un Silencio, como el de Budha. Sabiendo que todos los estados emocionales y las circunstancias personales, por problemáticas que lleguen a parecer, son transitorias. No quedando más que el No Nacido, el Silencioso, el Testigo. Gracias al cual el iniciado se convierte en invulnerable, en sutilmente indestructible porque no tiene nada que perder, porque se da cuenta que en el fondo no puede poseer nada, porque así nadie puede causarle ningún daño.
5.
En mi experiencia de vida y en mi trabajo como psicólogo, he colectado observaciones de personas, quienes lograron trabajosamente independizarse y emanciparse de sus padres, familias, así como de las instituciones a las cuales deberían estar ligados: iglesias, escuelas, empresas etc. Desarraigándose por completo, rebelándose, optando por vidas no convencionales en pareja, formas alternativas de fundar familia, de sobrevivir, de crear y obtener ingresos. Mediante la autogestión, el autodidactismo, el trabajo libre e independiente. El arte y el trabajo por fuera de cualquier institución.
Paradójicamente, conforme estos individuos a quienes conocí lograban superar sus ataduras a la madre, al padre, fuese real o simbólico, personal o institucional, se ponían en un camino de crecimiento y fortaleza sin precedentes. Mientras más independencia emocional y fortaleza espiritual se ganase, mayores eran los frutos recogidos en la esfera de lo personal y afectivo. En el ámbito del espíritu, inabarcables. En lo monetario y financiero: suficientes, sino cuantiosos e incesantes.
6.
Ken Wilber terminó de redactar su libro Gracia Y Coraje a fines de un mes de Mayo. En el momento del último respiro de Treya, su esposa, caía una lluvia que de tan intensa parecía derrumbar el cielo. El proceso había sido por demás doloroso: más de cuatro años cuidando a su mujer convaleciente. Todos los rincones de su casa de campo en el estado de California fueron invadidos por el cáncer. Por otro lado, el escritor se había fortalecido mental y físicamente, sus libros le permitían vivir de las regalías sin depender de un salario institucional; se tenía principalmente a sí mismo. Colectaba cada vez un mayor número de lectores, leía sin parar, meditaba, escribía durante todo el día; practicaba la contemplación.
Me encantó la reseña, ¡felicidades! Hace unos días terminé de leer "Gracia y Coraje" y ya me volví admirador de Ken Wilber. Seguiré leyendo tu blog. Muchas gracias por compartir.
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