El individuo aterrorizado busca algo o alguien a quien encadenar su yo;
no puede soportar más su propia libre personalidad,
se esfuerza frenéticamente por librarse de ella y volver a sentirse seguro una vez más,
eliminando esa pesada carga: la libertad.
A la memoria de Rockdrigo González
1
El objetivo del individuo sádico es someter a los otros, anhela el poder como circunstancia ventajosa que le permita colocarse por encima de los demás y gozar de estas ventajas. El sádico busca humillar y destruir a sus semejantes, estrujarlos, jugar con ellos, poseído por impulsos internos cuyo origen él mismo desconoce, pero que dominan su voluntad. Nunca se satisface del todo, a pesar de obtener lo que pretende de su víctima o de conseguir destruirla.
Una tendencia caníbal, ancestral, le urge a despojar a sus presas humanas de sus cualidades únicas y particulares, prohibiéndoles ser ellos mismos, robándoles su gracia y poderes personales, impidiéndoles principalmente su libertad. Quiere descuartizarlos psicológicamente, vejar sus emociones y reducir su esencia hasta desaparecerla, engulléndola por completo. El peor insulto para alguien, en el fondo, resulta al prohibirle ser lo que mejor puede ser. El sádico es un experto en impedirles ser a los otros.
En las hordas primitivas, el canibalismo arrastraba la creencia de que al devorar al enemigo, una vez sometido y vencido, se adquirían sus poderes por el mero acto de la antropofagia.
En la brujería negra o maligna, se buscaba apropiarse del alma de un contrincante, aprisionándola en ánforas de barro selladas o encerrándola en el cuerpo de un animal al que se sacrificaba.
El caníbal se atragantaba con la totalidad de su rival: músculos, huesos, vísceras, incluso cabellera y vestimentas. Le cortaba la cabeza y luego la secaba, conservándola como trofeo de guerra. Así soñaba con volverse más fuerte e inteligente.
Con el surgimiento de la capacidad humana para el diálogo y la asimilación de experiencias ajenas, los grupos humanos descubrieron que podían crear escenarios benignos para el intercambio verbal entre los hombres.
El canibalismo quedo restringido y se volvió tabú. Apenas un vestigio lejano, conservado en la envidia y el cuchicheo malévolo sobrevivió en las habladurías de familias e instituciones, buscando devorar al semejante al hablar mal de él a sus espaldas, criticándolo, volviéndolo objeto de escarnio y vituperio sin que se diera cuenta. Aunque frente a él se mostrara la gélida sonrisa de la amabilidad políticamente correcta. En toda crítica ardorosa se alberga un oculto deseo por poseer y engullir al otro.
Con el lenguaje humano fue quedando claro que podía aprenderse de los más sabios y experimentados, tan sólo dialogando o simplemente preguntando la manera más adecuada de proceder y hacer las cosas.
Ya no era necesario tragárselo o matarlo si se quería adquirir sus poderes, podía consultársele y preguntársele cómo hacer para conseguir las cosas. Aclarar con él las dudas, las confusiones y los malentendidos. Incluso volverse su aprendiz o discípulo. Dando a cambio u otorgando al otro las propias experiencias y conocimientos a través del diálogo.
Aunque siempre sobrevivió la sombra del canibalismo verbal, refugiándose como espíritu maligno en los más oscuros rincones de la comunicación familiar e institucional. La antropofagia por vía de la palabra mal intencionada.
2
El masoquista por su parte quiere por sobre todas las cosas someterse ante una autoridad o poder superior.
¿Cómo es posible, se pregunta Erich Fromm, que existan individuos capaces de buscar aquello que las personas sanas y libres evitan a toda costa: sujetarse a la voluntad de alguien que no sólo les hace daño, sino que les sobaja su libertad y quiere apoderarse de su voluntad?
Los masoquistas existen, y pueden llegar a ser mayoría por sobre los sádicos.
En algunas instituciones el masoquismo parece un rasgo de personalidad deseable por su aparente maleabilidad y fácil sometimiento.
Parece requisito imprescindible para encontrar empleo, tanto el masoquismo y el servilismo hoy en día, si es que se quiere ser contratado y tener acceso al interior de algunas instituciones.
Parece requisito imprescindible para encontrar empleo, tanto el masoquismo y el servilismo hoy en día, si es que se quiere ser contratado y tener acceso al interior de algunas instituciones.
Pero aquella docilidad y servilismo resultan sólo una máscara del astuto masoquista. Es muy fácil que el masoquista adquiera, a la menor oportunidad, el papel de sádico, imitando a su otrora opresor.
Él ha asimilado en carne propia las técnicas psicológicas, verbales y físicas para conspirar y hacer daño a sus semejantes, sin importar que estos hagan o no lo que él quiere. El objetivo es el uso utilitario del ser humano al fin y al cabo.
Sigmund Freud reflexionó acerca del carácter sexual y autodestructivo del masoquismo.
Si podía existir un impulso violento y destructor dirigido a los demás, la violencia podía volcarse directamente hacia uno mismo, pensaba Freud, y un ejemplo de ello eran el suicidio y la autoinmolación.
Con una visión muy distinta, Erich Fromm descubrió que en el fondo del masoquismo subyacía un temor a la vida más general y de mayor alcance.
El miedo a la soledad es lo que impulsa a los masoquistas a buscar el cobijo de alguien o algo aparentemente más fuerte para ponerse a su disposición.
Llámense a estas fuerzas protectoras y todopoderosas: religión, escuela, empresa, secta, alma mater, burocracia, universidad, negocio, gobierno, etc., junto con todos sus súbditos, derivaciones y vasallos.
Es sumamente difícil pensar por uno mismo, mucho más lo es enfrentar los propios miedos, superar los lazos insanos hacia la familia y las instituciones. Caminar por la vida y subsistir más que con los recursos psicológicos que se tienen. Tomar las propias fuerzas personales, junto con los defectos y las vilezas, sin rehuirlas en lo más mínimo, y avanzar, haciéndose responsable de lo que le toca a uno.
El seno de algunas familias e instituciones laborales constituye un semillero donde las personalidades sádicas y masoquistas se encuentran y desencuentran, se atraen y repelen, copulan, se distancian y conceden el perdón imprescindible, como el del alcohólico crónico o el cocainómano desesperado que juran: “¡Está es la última vez…!”. Constituyendo algunos de los climas sociales más nocivos que por desgracia, nos son tan familiares.
Finalmente, el esquema en el cual la personalidad sádica y la masoquista se mueven, resulta irrisorio de tan simple y pobre: su única manera de relacionarse con los demás consiste en: o someterse a los otros cuando creen que son más fuertes y listos, o, hacerles daño en cuanto tienen la oportunidad.
¿Es posible concebir al individuo sano en nuestros días, libre de los lazos enfermizos y esquizofrénicos hacia su familia y las instituciones en donde estudia y labora?
3
En los años setentas llegó a la ciudad de México un rockero-trovador, portando tan sólo su guitarra acústica, su armónica y algunos libros. Había nacido en la ciudad de Tampico, en el norte del país. Comenzó a tocar en la calle y en autobuses urbanos, con la única y consciente finalidad de “ver qué pasaba, a nivel vivencial, siendo músico callejero”.Según cuentan en su página de Facebook. De las calles del Distrito Federal dio un salto hacia las Peñas, las cuales consistían en escenarios públicos donde los cantautores de los años setentas y ochentas daban a conocer su obra en diversas ciudades de México.
Al inicio, su estilo era criticado por su presunto parecido con el de Bob Dylan. En su haber portaba fructíferas lecturas: dominaba la antropología de James George Frazer, la psicología de Carl Gustav Jung y a varios de los grandes poetas y novelistas de todos los tiempos. Lector y músico autodidacta, de sobremanera ecléctico.
Con el tiempo se convertiría en creador de un género musical propio y hasta entonces desconocido en México: el Rock Urbano, catálogado por otros como Rock Rupestre. Interpretado sólo con guitarra acústica, voz y en ocasiones, armónica. Bastantes músicos resultarían deudores de su legado.
Sería conocido como Rockdrigo González para la posteridad.
¿Qué se necesita para que un individuo se atreva a romper los lazos incestuosos con la familia y las instituciones, atreviéndose a vivir lo vivible, experimentar por experimentar lo sensitivo que se encuentra al alcance, libre y simplemente, sin la seguridad y el cobijo de la chichi o le teta institucional?
El sádico y el masoquista forman una unidad indisoluble en la que es muy difícil distinguir a uno del otro, pues como se ha dicho, muy fácilmente el sádico se torna sumiso y masoquista en cuanto pierde la circunstancia ventajosa que le permitía sentirse poderoso y abusar de los demás. El masoquista por su parte, en tan sólo un parpadeo se vuelve sádico vengativo.
A menudo, algunas instituciones intentan infundir al individuo el sentimiento de deber estar agradecido por habérsele otorgado un empleo.
El carácter masoquista padece constante miedo a quedarse desempleado, se le ha enseñado a permanecer contento con poco, y agradecido de cualquier manera aunque se le pisotee, al cabo que hay miles de sujetos más sin trabajo.
Rockdrigo González murió en Septiembre de 1985, víctima del derrumbamiento del condominio donde vivía con su esposa y su hija, por los efectos del terremoto en la Ciudad de México en aquel año.
Tras regresar de un viaje a través de Francia en compañía de su esposa, dejó las drogas definitivamente, dedicándose a hacer ejercicio, leer, tocar su guitarra y prepararse para la etapa de madurez en su producción artística.
Fue una “sobredosis de concreto la que le mato” , dicen los seguidores que continúan escuchando sus discos e interpretando sus canciones.
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