Trival Eagle Tatoo (4bp.blogspot.com) Durante muchos años culpé a mi familia de mis fracasos,
de mi dolor, de mis angustias, pesadillas, crisis de pánico,
cleptomanía, depresiones, etcétera. Poco a poco me fui dando
cuenta de que nadie que no fuese yo era responsable
del hecho de no encontrar el amor profundo en mí. (CRISTÓBAL JODOROWSKY –Entrevista: El periódico.com 2009) 1 Lo apodaban el Monster Tattoo desde hace más de dos décadas, tiempo de experiencia que ostentaba como consagrado tatuador. Casi cumplía los cuarenta y cinco de edad, poco más de la mitad de su vida también dedicándose a perforar y trazar sobre la piel de sus clientes. Causándoles dolor y placer. El primer tatuaje se lo hizo él mismo, utilizando una aguja calentada con encendedor y tinta, extraída furtivamente de un bolígrafo cuando estaba en sexto de primaria. Comenzó a perforarse jugando, creyendo que no le saldría bien la imagen de aquella calavera diseñada por él mismo sobre el dorso de su púber mano izquierda. Imaginando se borraría con agua y jabón más tarde. Tras mucho dolor y limpiarse la herida en el baño, se dio cuenta que el tatuaje sí le había salido bien. Nunca más podría quitárselo. Con los años iría cubriendo sus muñecas, brazos, piernas, tobillos y antebrazos con nuevas imágenes trazadas sobre su epidermis. Además de tatuar a otros, como adepto fiel al tattoo, gozaría con el placer hiriente del pequeño taladro, la aguja y la tinta en su propio cuerpo. Se dejaría crecer el cabello largo y la barba de candado. Amante de la cerveza, de platicar con sus amigos y escuchar el rock de los noventas: Pearl Jam, Cranberries, Creed, Guns and roses. Su predilecto por encima de cualquier música. 2 Esperé cerca de una hora por los servicios del Monster Tattoo, mientras en su estudio, ubicado a una cuadra de la Catedral de la ciudad de Zacatecas, en pleno centro colonial de aquella hermosa urbe, una chica de dieciséis años se tatuaba bajos sus diestras manos la imagen de una mariposa en la muñeca izquierda. Un bello y diminuto insecto color azul, negro y amarillo de alas y antenas prolongadas. Se escuchaba el sonido de su taladro, como el instrumento de un cirujano dentista desarticulando y moliendo el hueso de un maxilar enfermo, o perforando una muela putrefacta para realizarle la endodoncia. Uno que otro quejido o ay de su cliente. La chica se comportó valiente y a la altura de la prueba iniciática, a pesar de ser joven y de tratarse de su primer tatuaje. Por otro lado, su madre se encontraba a su lado, paciente y observadora, pues el Monster Tattoo exigía a los menores de edad ir siempre acompañados de sus padres o tutores. ¿Llamaríamos pacientes, consultantes, clientes, solicitantes, a quienes acudían a su estudio para perforarse la piel en la ciudad de Zacatecas? Los psicólogos nombran “pacientes” a su clientela, los tarotistas como Jodorowski les dicen “consultantes” a quienes acuden con ellos. El escritor busca “lectores”, el santo o el gurú se dirigen a sus “seguidores” o “adeptos”. En su caso, el tatuador, lejos de aliviar una herida física o psicológica, produce más dolor en sus seguidores y deja una secuela de vistosas pero ardorosas cicatrices que permanecerán por el resto de la vida en aquel cuerpo. ¿Cuál sería el nombre más adecuado para los fanáticos o jóvenes recién iniciados en el rito del tatoo? Por otro lado: ¿Qué es lo que atrae a la gente al consultorio o estudio de un tatuador? Le dije al Monster Tatto que buscaba la imagen de un izcuintle: un perro de las culturas precolombinas para imprimirlo en la cara interna de mi brazo. En mi haber llevaba ya dos tatuajes más acumulados en el cuerpo. Cada uno tenía una historia de sufrimiento y pruebas de la vida sorteadas no sin mucho esfuerzo por parte mía. El primero fue un Buda que prometí tatuarme en el hombro derecho tras superar una depresión que me persiguió desde la adolescencia. Luego el rostro de un Jesús de Nazaret nada sufriente, sino aguerrido y a la vez noble. Mandado tatuar sobre mi hombro izquierdo cuando me salí de mi casa y aprendí a vivir solo y a torearme la vida por mi cuenta, sin culpar a nadie de mis fracasos. Ese año cumplí los 33 de edad. El Monster Tatto comenzó a tatuarme un perro totonaca, extraído de una colección de imágenes tribales veracruzanas. Un lazo emocional y espiritual se consumaría entre mí y el espíritu de los canes a partir de entonces. El perro poseía una alta carga de virilidad y simbolismo sexual masculino. Muchos años estuve conflictuado con mi imagen paterna y erraba en mis relaciones con las mujeres. Finalmente conseguía en los últimos tiempos consolidar una relación estable con una chica. El tatuaje del perro indígena condensaba bastante de mi esfuerzo por hacerme realmente hombre y conseguir el amor sincero de una mujer. A diferencia de los otros tatuajes, el del perro no dolió tanto. Mi consciencia no evadió en ningún momento la experiencia punitiva. Curiosamente, el dolor y el monótono chirrido del instrumento punzocortante y motorizado, activaron los sentidos hasta el punto de rememorar otros pasajes de mi vida en que experimenté con meditación profunda, ayunos y plantas psicoactivas como el peyote o la cannabis, donde el despertar de los órganos sensoriales hacía funcionar a mi cuerpo y mi cerebro con una lucidez poco usual. El dolor y el autocastigo parecían proporcionar una perspectiva de la experiencia consciente, en la cual como iniciado, parecía transitar hacia un nuevo periodo de la vida. El tatuaje era la constancia de aquel tránsito ritual, físico y espiritual. Asistía y me sometía a la repetición de un rito milenario practicado por celtas, vikingos, esquimales, australianos, brahmanes, navegantes de las Islas del Pacífico y muchas otras culturas ancestrales. Cuando los tatuajes que alguien se instaura en su epidermis carecen de una experiencia de vida que les sustente, así como de un simbolismo ritual que les brinde andamiaje vital, creo encontrarme ante una seria dificultad. Mucha gente entra en conflicto consigo misma tras tatuarse, pues resulta que la nueva imagen ya forma parte definitiva del cuerpo y puede convertirse en una entidad invasora. Algunos ingenuos piden borrarse los tatuajes apenas se los han colocado, otros llegan a entrar en fuertes depresiones y crisis existenciales al darse cuenta que el tattoo no era lo que querían. El tatuaje comienza a actuar igual que una entidad independiente, ejerciendo un poder real, que de no resultar bien direccionado y canalizado, puede producir consecuencias perjudiciales para un alma confundida que no se encontraba del todo convencida o emocionalmente preparada antes de ingresar al estudio de un tatuador como el Monster. Por el contrario, cuando el tatuaje trazado es bien comprendido y asimilado por el adepto, su emocionalidad y su organismo, tras un proceso de sufrimiento e introspección, aquel nuevo ente puede actuar a favor de su portador. Igual a los “aliados” y los espíritus protectores, quienes fungían como guardianes de los iniciados en las culturas ancestrales. 3 Todo rito de paso de un período de la vida a otro conlleva un cierto grado de dolor, sufrimiento físico y mental. Para los antiguos, si no había dolor, el rito no servía. Se suponía que tras superar extenuantes pruebas, en las que algunos iniciados morían, huían, se arrepentían o retractaban, aquel quien salía victorioso había mutado y se convertía en un ser distinto, ya no era el mismo quien ingresó previamente a la prueba de vida. Se le asignaba un nombre nuevo, un nombre de miembro adulto de su comunidad, o finalmente, tras un largo peregrinaje, conseguía convertirse en brujo, maracame, hombre de conocimiento, tlamatini, hombre de poder, hombre medicina, hombre sabio. Ganaba el favor de algunos cuantos espíritus protectores o aliados, quienes le ayudarían en su labor espiritual y cotidiana. Al experimentar el dolor físico ejercido por el tatuaje, la gente comienza a hablar y a confesar sus intimidades ante el Monster Tattoo. Él señala, ceremonioso, que de ningún modo acepta trabajar con gente que llega demasiado ebria o drogada a su estudio. Sobre su mesa de trabajo descansa una inmensa colección de frasquitos con tintas de las más variadas tonalidades, con las que colorea los diseños de sus clientes. También hay decenas de agujas perforadoras de distintos calibres y grosores, las cuales intercala según lo requiere la fineza del diseño. Ante el dolor comienzo a hablar compulsivamente yo también. En un inicio creía que su trabajo no dolería tanto, pero sí… No puedo evitar acordarme de una parte de las ceremonias asistidas por maracames de la etnia wirrarika, en los confines de la sierra entre Jalisco y Nayarit, donde cada uno de los brujos asistentes debe confesarse durante horas frente a los otros, antes de ingerir la planta sagrada, centro del ritual supremo. De lo contrario, el rito fracasará irremediablemente, pudiendo dañar no sólo a los asistentes, sino a la gente de la comunidad que cree y depende de ellos. El Monster Tatto parece encontrarse bastante familiarizado con las confesiones y el hablar compulsivo de sus consultantes ante el dolor del proceso. Al mismo tiempo que me escucha con interés, mirándome fijamente a los ojos, frunciendo sus cejas gruesas y oscuras sobre su piel del mismo color o comentando lo que le digo, no deja de perder el hilo preciso y diestro de su arte sobre la imagen en mi brazo que casi está terminada. De pronto irrumpe en el estudio su asistente, obligándonos a una pausa inevitable: una chica de edad preparatoriana con algunos tatuajes pequeños en los brazos. Es su secretaria y auxiliar, también está aprendiendo a tatuar bajo su tutela. Le trae un vaso repleto de cerveza hasta el tope con tapadera y un popote. Disfrazado de chocomilk. “¡Es que ando bien crudo!”, dice el Monster Tatto. Y de pronto suelta una carcajada ronca, proveniente de lo más hondo de sus entrañas, como producida por el mismísimo Belcebú, acompañada de una aliento a éter y azufre extraído de los lugares más recónditos del Averno. “¡Anoche estuvo bien cabrona la fiesta!”, vuelve a decir el Monster. Ahora soy yo el que no puede evitar carcajearse junto con él. |
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Como siempre amplias y enriqueces mi visión de lo que parece cotidiano.
ResponderEliminarGracias por tu excelente entrega
Te mando un abrazo hasta el hermosísimo DEFEÑO prima, gracias por leerme. Saludos desde Guanatos.
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