El Espinazo del Diablo (http://www.amesquitawhallis.blogspot.com/)
¡Qué soledad, la del príncipe sin reino, la del hombre sin calor!
(GUILLERMO DEL TORO: El Espinazo del Diablo, 2001)
1
Aquel día Narciso se inclinó para mirar su propio reflejo sobre las aguas, fascinado ante su imagen, embebido consigo mismo. Olvidando el peligro que yacía entre los juncos y al fondo de las corrientes heladas. Se fue de cabeza. Precipitándose de golpe y perdiéndose para siempre al caer sobre el río. Desde entonces la gente, en su sabiduría coloquial, hablará de Narciso para referirse a aquellos individuos poseídos por una perspectiva excesivamente centrada en sí mismos; enamorados de su imagen. Devorados por ella. Incapaces de ponerse, aunque sea por un instante, en el lugar de los demás.
Muchos siglos más tarde, Freud y algunos de sus seguidores hablarían del narcisismo, retomando el mito griego, como periodo de la infancia temprana, cuando la energía libidinal del niño es dirigida, más que nada hacia sí mismo. Es lo que conocería el psicoanálisis como narcisismo primario. Nada existe para el pequeño más que su propio mundo interior.
Cosa natural y necesaria en los primeros meses y años de vida. Pues todo es a partir de uno mismo, hasta cierto punto.
El caso del adulto narcisista, incapaz de orientar sus procesos mentales y su energía psíquica hacia otra cosa que no sea él mismo, sería conocido por los mismos psicoanalistas como narcisismo secundario. O sea, a lo largo del crecimiento mental y del desarrollo humano, la perspectiva del hombre adulto debe “des-centrarse” y descubrir el horizonte de los otros. De lo contrario sufrirá serios trastornos mentales y de adaptación al mundo. Algunas formas de esquizofrenia y de psicosis en general, consistirían según la visión analítica, en graves manifestaciones de energía psíquica dirigida no hacia el exterior y hacia los demás, sino hacia sí mismo.
2
Funcional, es decir, fuera del manicomio, suelta y libre por el mundo, existe la personalidad narcisista. Mucho más común de lo que pudiese apreciarse desde un punto de vista no analítico.
Según algunos psicoanalistas (Caruso, Fromm, Lacan, Reich, etc.) todos poseemos un cierto narcisismo latente o manifiesto en nuestra personalidad. Aunque existe también la orientación de personalidad cuyo predominio es el narcisismo. Bastante diseminada y extendida en culturas individualistas como las nuestras: la orientación de personalidad narcisista pulula y se generaliza crecientemente en un mundo donde los triunfos personales y la vida vuelta espectáculo, aunque efímera, son lo más valuado.
Aunque no padece una enfermedad mental en el sentido estrictamente clínico que la incapacite del todo. Pero sí sufriendo, más que nada ni nadie, ella misma, la orientación de personalidad narcisista causa incesante dolor a quienes se encuentran cerca de ella. La incapacidad de ver el punto de vista del otro, va empalmada con la ceguera ante los sentimientos ajenos. Siempre considera merecer bastante más de lo que posee en el presente. Sintiéndose por supuesto, mucho más talentosa, enigmática, interesante y lista que sus contemporáneos. A quienes aborrece y odia interiormente, aunque los tolera y se finge su amiga en ocasiones, por conveniencia y necesidad, volviéndolos simples medios para obtener lo que cree que un día, la vida, la Justicia Divina o el Buen Dios, de un modo u otro, le proporcionarán en recompensa por sus inmensos dotes. Por desgracia, decepcionándose en la mayoría de las ocasiones al no sentirse retribuida a cambio de aquellos conocimientos, talentos y acciones tan anunciados. En algunas de las formas de existencia humana más tristes y estériles que pueda haber.
Es tan poco lo que posee de verdad la personalidad narcisista. Ya que su rasgo característico es la mencionada perspectiva en exceso centrada en sí misma.
La orientación narcisista, sobre todo, es incapaz de darse cuenta que lo suyo es la verdadera miseria mental y cultural. Nadie puede aprender realmente nada ni crecer en ningún sentido, si no supera su propio punto de vista para encontrarse con el de los otros. Y siempre existe alguien más experimentado, más diestro, más sabio y docto en cualquier área de la cultura, la ciencia, el arte o la vida. Alguien de quien se puede aprender sin lugar a dudas.
La narcisista es una orientación que se vuelve así cada día más pobre.
Para aprender es menester reconocer que el aprendizaje es necesario. Que los conocimientos y experiencias propias son insuficientes en un momento dado para resolver un problema o perfeccionar el propio desempeño. Que todos requerimos algún tipo de ayuda en ciertos momentos de la vida. La orientación narcisista se encuentra recubierta por una poderosísima coraza afectiva que le impide reconocer cualquier cosa. En el último de los casos, tenderá a atacar, intentar minimizar, incluso destruir y defenderse hasta el infinito antes de reconocer sus errores, miserias, debilidades y estertores psíquicos. Es una pésima paciente en el consultorio psicoanalítico.
La orientación narcisista se revuelca en su pequeñez cotidiana. Sufre la paradoja, por un lado, de experimentar lapsos de omnipotencia y superioridad; el mundo y los otros no son más que cosas a su alcance que ella puede manipular y moldear a antojo para su beneficio. Cayendo en otros momentos de igual intensidad emotiva, en ataques de inferioridad, negatividad, autodestrucción y reproche hacia el Universo, al no sentirse de ningún modo recompensada por todas aquellas virtudes, dotes, atributos y talentos innegables que cree poseer. Es ahí cuando se manifiesta su odio innegable hacia los demás y principalmente a sí misma. Y su envidia, porque aunque dice poseer todas las riquezas personales y aquellos talentos insuperables, la narcisista es una orientación dominada en grado sumo por una envidia bien disfrazada. No podemos evitar el recordar a Alejandro Magno, ya emperador, experimentando envidia en la ciudad de Corinto hacia el humilde Diógenes: filósofo socrático y limosnero. ¿Envidiar el emperador de Grecia a un modesto vagabundo? Dicen algunos que Alejandro el Grande fue uno de los hombres más infelices que hayan pisado la tierra. Cuando Alejandro le pidió al viejo maestro si le enseñaba parte de sus conocimientos, el buen Diógenes le dijo que lo aceptaría como su discípulo siempre y cuando abandonara sus tropas, sus pertenencias y su reinado para seguirlo. “En mi otra vida le pediré a Dios que me haga reencarnar en Diógenes”. Dijo el emperador antes de continuar su marcha a Oriente. Dejando al anciano con sus perros callejeros, bañándose en el río y burlándose de él.
El narcisismo es incapaz de abandonar pues, sus corazas. Cree que el mundo y la vida son sus pensamientos.
3
En la antigüedad decían que Narciso estaba enamorado de sí mismo. La gente suele creer que la orientación de personalidad narcisista se quiere por sobre todo a sí misma.
Bajo la óptica psicoanalítica, como se ha insistido, queda descubierto que la narcisista es una orientación la cual experimenta demasiado dolor emocional a su paso por este mundo. Es incapaz de descubrir que jamás será recompensada por lo que en realidad de ningún modo posee ni hace. No ama a nadie, mucho menos se ama a sí misma. Tampoco logrará nada mientras no abandone sus defensas poderosamente autoerigidas.
Todos deberíamos reconocer hasta cierto punto y hacernos conscientes lo más posible de nuestro narcisismo. Recomienda Fromm, si es que queremos aprender en verdad algo y crecer emocionalmente.
El androginismo, por otro lado, es uno de los rasgos característicos de algunas personalidades narcisistas. No se encuentra definido del todo en tanto a su orientación sexual. Puede oscilar de la asexualidad absoluta y el comportamiento de eunuco: auto-castrado, hasta la promiscuidad desenfrenada. No trata a sus amantes y parejas ni siquiera como objetos de deseo. Hemos dicho, lo que busca de los otros es el reconocimiento y la admiración sin fin.
En ocasiones se disfraza de Don Juan y juega a conquistar gran cantidad de mujeres u hombres. Pero no ama a ninguna de ellos, los disfruta poco, desde luego, tampoco los aprecia como amantes ni a su belleza exterior, menos a la interior. Lo que requiere es la constante confirmación de su supuesto atractivo personal, de sus talentos para seducir y de sus cualidades presuntamente amatorias y conocimientos de la vida.
Por lo general son aburridas, dependientes y vacuas las parejas en turno quienes caen en sus garras. Las envuelve y se las lleva a la cama sólo en la búsqueda de sus halagos y admiración. Para aburrirse inevitablemente de ellas, desecharlas o ser desechado, e iniciar la búsqueda inagotable del mismo molde pasivo que lo alabará y admirará durante un cierto y breve tiempo.
Existen muchos tipos de mujeriegos, seductores y seductoras quienes no son narcisistas. Algunos bastante sabios, experimentados y apreciados por quienes han yacido con ellos. Ciertos amantes y buscadores promiscuos de amor, quienes aprecian por sobre todo los talentos y las cualidades, tanto físicas como emocionales de quienes se acuestan con ellos.
En contraparte, el narcisista es incapaz de ver y menos apreciar a sus amantes: no siente a los otros, apenas los contacta. Lo que busca, repetimos, es la admiración sin cesar a su persona, la recordación sin fin de sus encantos y aptitudes por encima de todo.
Ni siquiera en el ámbito del arte, la cultura, la ciencia y el conocimiento, es capaz de amar lo que hace. Aunque aparente dedicarse a estas áreas humanas. Por lo general también las utiliza para captar las miradas, halagos y reconocimientos ajenos. Para conseguir variedad en sus compañías sexuales. Es triste, bajo la lupa psicoanalítica, descubrir que el verdadero y profundo motor de muchos presuntos artistas, pensadores, académicos y creadores, no es más que la búsqueda insaciable de fama, reconocimientoy poder. El perfil típico del Principe sin Reino quien es incapaz de querer a alguien o algo, ni siquiera a una idea, menos a sí mismo y a lo que hace. Menos aún de sentirse realmente cómodo con alguien o en algún sitio.
En ocasiones se disfraza de Don Juan y juega a conquistar gran cantidad de mujeres u hombres. Pero no ama a ninguna de ellos, los disfruta poco, desde luego, tampoco los aprecia como amantes ni a su belleza exterior, menos a la interior. Lo que requiere es la constante confirmación de su supuesto atractivo personal, de sus talentos para seducir y de sus cualidades presuntamente amatorias y conocimientos de la vida.
Por lo general son aburridas, dependientes y vacuas las parejas en turno quienes caen en sus garras. Las envuelve y se las lleva a la cama sólo en la búsqueda de sus halagos y admiración. Para aburrirse inevitablemente de ellas, desecharlas o ser desechado, e iniciar la búsqueda inagotable del mismo molde pasivo que lo alabará y admirará durante un cierto y breve tiempo.
Existen muchos tipos de mujeriegos, seductores y seductoras quienes no son narcisistas. Algunos bastante sabios, experimentados y apreciados por quienes han yacido con ellos. Ciertos amantes y buscadores promiscuos de amor, quienes aprecian por sobre todo los talentos y las cualidades, tanto físicas como emocionales de quienes se acuestan con ellos.
En contraparte, el narcisista es incapaz de ver y menos apreciar a sus amantes: no siente a los otros, apenas los contacta. Lo que busca, repetimos, es la admiración sin cesar a su persona, la recordación sin fin de sus encantos y aptitudes por encima de todo.
Ni siquiera en el ámbito del arte, la cultura, la ciencia y el conocimiento, es capaz de amar lo que hace. Aunque aparente dedicarse a estas áreas humanas. Por lo general también las utiliza para captar las miradas, halagos y reconocimientos ajenos. Para conseguir variedad en sus compañías sexuales. Es triste, bajo la lupa psicoanalítica, descubrir que el verdadero y profundo motor de muchos presuntos artistas, pensadores, académicos y creadores, no es más que la búsqueda insaciable de fama, reconocimientoy poder. El perfil típico del Principe sin Reino quien es incapaz de querer a alguien o algo, ni siquiera a una idea, menos a sí mismo y a lo que hace. Menos aún de sentirse realmente cómodo con alguien o en algún sitio.
Al final, tristemente, Narciso será devorado por su propio reflejo insaciable; estrangulado por su propia coraza psico-afectiva. No podrá amar a nadie jamás, mucho menos a sí mismo, no podrá tampoco desarrollarse sexual ni afectivamente. Aunque vista el disfraz de hombre culto, refinado, experimentado y de cualidades arrolladoras.