La locura no es propiamente una forma de enfermedad,
sino una determinada manera de resolver el problema de la existencia humana.(ERICH FROMM –El Amor a la Vida)
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Se desconfía sobremanera de aquel quien señala amarse a sí mismo por encima de los otros. Se piensa mal de él o de ella, se le clasifica como ególatra, vanidoso; centrado en sí mismo. En términos filosóficos, se le define como solipsista: “perspectiva de pensamiento en la cual solamente yo existo”. Desde la psicología folklórica, a veces no tan sabia, a quien se ama a sí mismo se le etiqueta como narcisista. Seguidor de Narciso, quien pasaba las horas mirándose ante el espejo de las aguas, y por cierto, murió al precipitarse sobre el fondo helado de la fuente, donde su propio reflejo lo devoró.Por otra parte: ¿Qué tan sinceros y legítimos son los actos y los argumentos de algunos que viven consagrados a pensar y actuar, aparentemente, primero en los demás o en los otros, antes que en su propio Yo. De hecho se ufanan de su desinterés en sí mismos y se enorgullecen de pensar primero en los demás. Se autonombran como desinteresados, santos, beatos, humanitarios, caritativos, buenos, sin fines de lucro, altruistas, etc.
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Existe una diferencia psicológica entre el egoísmo y el narcisismo de nuestros días y una orientación de amor a uno mismo, mucho más sana, que de hecho no tiene nada que ver con el primero. Establecida por Erich Fromm a lo largo de varias de sus obras: Ética y Psicoanálisis (1999), El Arte de Amar (2007), El Miedo a la Libertad (2008), etc.
Fruto de la propagación de la mentalidad capitalista, individualista y utilitaria, se generalizó la búsqueda del interés personal por encima del comunitario. Ser capaz de pasar por encima de los otros por tal de obtener los fines perseguidos, traicionando, cortando cabezas, apuñalando -desde luego por la espalda-, mintiendo.
A partir de la época de la Ilustración, la Revolución Industrial y el Racionalismo, sin demeritar los logros de éstos, para una buena cantidad de individuos, su objetivo se volcó en la posesión y el logro de estímulos materiales y de poder. Las relaciones humanas obtuvieron el mismo valor que una inversión financiera o la adquisición de algún bien raíz. Igual el amor, la familia y la amistad.
Esta orientación de personalidad, que Fromm denomina materialista, muy cercana al narcisismo como enfermedad, bastante común en últimos tiempos, resulta muy distinta de la orientación de alguien quien dirige sus fuerzas amorosas hacia su cuerpo, su mente, hacia el cuidado y la valoración total de su personalidad.
La denominada por Erich Fromm como orientación amorosa. Según la cual, necesito amarme a mí mismo primero que nada, antes de poder amar a otros.
O aún más: el amor es una potencialidad, una capacidad latente y disponible en los hombres, capaz de ser dirigida indistintamente a una pareja, a los miembros de la familia, a los amigos, los compañeros de trabajo y escuela, a Dios, al Espíritu o a la Divinidad.
Por consiguiente, no es raro que me ame a mí mismo. Incluso es indispensable y necesario quererme para mantenerme sano mental y físicamente. El amor a la vida: hablaba Erich Fromm desde una perspectiva agnóstica, evitando meterse en lo posible con las deidades y dioses, sintetizando todos los tipos de amores en uno solo.
A finales del siglo XIX e inicios del XX el amor a uno mismo era inconcebible por figuras del pensamiento como Freud, Marx y Kant.
La posibilidad de amar al propio Yo parecía sospechosa y digna de censurarse. Incluso resultaba psicopatológica, cercana a la esquizofrenia. Para el psicoanálisis de Freud el inconsciente debía ser sometido al escrutinio, dominio y supremacía de la razón, concebida por él como el Yo.
La razón debía llegar a domar al Inconsciente. Aquello que albergara o emergiera del inconsciente era peligroso o dudoso. De hecho Tánatos, o el impulso de muerte que describiera el psicoanálisis freudiano, consistía en una tendencia natural del hombre hacia la muerte, la agresividad y la destrucción. Muy distinto a Eros, su contralado.
El hombre era en una parte malo por naturaleza. Bueno, por la otra. Eros y Tánatos se debatían diariamente en el escenario del Corazón del Hombre. “¿El hombre es León o Cordero?” Se pregunta críticamente Fromm como psicoanalista sui géneris, al iniciar un ensayo intitulado con el mismo nombre.
¿Cómo llegar a amar a esa parte mía, mi otra mitad, la oscura, la desconocida, si es presuntamente mala y perversa? Pregunta difícil.
En Fromm, el hombre de ningún modo es malo ni perverso por naturaleza. Lo discute en su obra: Anatomía de la Destructividad Humana (1999), ejemplificando con análisis clínicos como el caso de la biografía de Hitler. Son las condiciones sociales, psicológicas e históricas las que pueden canalizar la personalidad de alguien hacia fines malévolos, destructivos y utilitaristas. Pero también hacia el bien.
Es curioso cómo la infancia de Adolf Hitler y la de hombres tan creativos como Erik Erikson coinciden en historias de juventud semejantes. Ambos fueron autodidactas y tuvieron juventudes aparentemente sin rumbos, ambos fueron lectores solitarios, trota mundos irremediables, con ideales cambiantes y carencia de identidad.
¿Qué diferencia existe entre el Hitler derrotado y decadente que antes de suicidarse en compañía de su gente, ordenó al arquitecto del Tercer Reich destruir Berlín cuando los aliados lo vencieron, con el Erik Erikson quien compaginaba la pintura con el psicoanálisis y nos legó maravillosos libros sobre la psicología del desarrollo, el psicoanálisis y la cultura? No sé si esta última para mí deba consistir en pregunta o afirmación.
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El surrealismo que se metió con el psicoanálisis exploró las posibilidades creativas del Inconsciente y su sabiduría. Confiaba en el Inconsciente y experimentó con la escritura y el dibujo automáticos como vía directa hacia nuestro lado oscuro.Un psicoanálisis humanista como el de Erich Fromm, Karen Horney y Erik Erikson, creado y cultivado por nietos de Freud, o seguidores de tercera generación del patriarca, aprendió a extraer y confiar en la sabiduría natural del Inconsciente.
Por vez primera en la historia de la Psicología Occidental se permite el amor a sí mismo como una orientación sana. El amor a sí mismo surge del autoconocimiento y del conocimiento de los otros.
El amor en general implica conocimiento profundo del objeto amado, insiste Fromm. No puedo amar algo que no conozco, y conforme conozco a mi objeto de amor, lo amo más.
Puedo conocer a los demás gracias al propio conocimiento que logre de mí mismo, y esto lo saben bien quienes han estado en proceso de psicoterapia.
No basta leer las obras de los psicoanalistas y psicoterapeutas para sentirse médicos del alma, es necesario recibir la terapia primero uno mismo y practicar un incesante autoconocimiento.
Habría que desconfiar de los caritativos y los paternalistas. No es fácil que alguien aparente preocuparse tanto por los otros ni desinteresarse a tal grado de sí mismo, sin que en el fondo no persiga un fin o un beneficio indirecto con su altruismo supuesto.
De ahí que se devele el papel perverso y opresivo de la caridad y el paternalismo, pues mantienen en estado de subdesarrollo a sus víctimas-beneficiarios.
En la dialéctica del amo y el esclavo, le conviene al benefactor que los demás permanezcan en un estado de indefección y sometimiento, para quedar él como bueno y poderoso.
El caritativo desconfía cuando sus beneficiarios rechazan sus limosnas, necesita de ellos por sobre todas las cosas para existir.
El amor a sí mismo es consecuencia de estar orientado hacia la vida. Octavio Paz señala en La Llama Doble (1997) que primero se comienza amando la apariencia física del objeto de amor: un cuerpo hermoso, una silueta, unos ojos, unos pechos deseables y acariciables. Empero, conforme se conoce a la persona amada, se llega amar al resto de los hombres, a quienes se logra intuir en el fondo del ser amado, al percibir toda su humanidad. De ahí se pasa a percibir y amar la parte divina que existe en el ser a quien se ama.
Por medio de la belleza se puede llegar a Dios. De ahí también la relación entre belleza, erotismo, arte y misticismo que vislumbro la psicología y el arte en el Oriente miles de años antes.
No es posible amar a una sola persona, de hecho, quien está convencido de amar tan sólo a un individuo o a unos pocos, en realidad no ama a nadie.
A la inversa ocurre con algunos de los que se presumen como altruistas y caritativos, quienes no sólo no aman a quienes creen ayudar (aunque en el fondo saben que en realidad no ayudan a nadie con sus limosnas), sino que tampoco se aman a sí mismos, no aman desde luego a ningún hombre ni a la vida.
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