Adan de Abajo

Desde la antiguedad los alquimistas intuían la presencia del OTRO YO, nombrándolo Adán de Abajo. El psicoanálisis más tarde lo bautizaría como Inconsciente.

sábado, 30 de abril de 2011

MORIR JOVEN POR DENTRO

Kimberley Vlaeminck was inked with 56 stars. (AAP)
KIMBERLEY VLAEMINK


En realidad todos nacemos artistas de la vida
y, sin saberlo , la mayoría de nosotros no logramos serlo
y el resultado  es que hacemos un desastre de nuestras vidas
preguntando: ¿Cuál es el sentido de la vida?
¿A dónde vamos después de la muerte...?
Nadie lo sabe.

(SUZUKY Y FROMM .Budismo zen y Psicoanálisis)

1
En nuestra generación todos querían ser otra cosa, pero cambiaron el rumbo, dedicándose por siempre a algo muy distinto a lo que querían en verdad llegar a ser. Casi todos equivocaron el camino. Casi nadie escucho la voz interior que les decía: vuélvete futbolista, sé atleta; artista: dibujante, trovador; comediante, o, dedícate simplemente a viajar, aunque a veces no tengas que comer y andes siempre de autostop, como Jack Kerouac y Jack London. Conviértete en piloto aviador como Saint Exupery; en escritor igual a Fadanelli, Murakami o Hemingway; regentea un bar. O, no intentes ser nada y dedícate simplemente a vivir la vida, a escuchar los discos que a ti te gusten,  a leer los libros que te apasionen y a ser amigo de aquellos a quienes tú elegiste como tus hermanos del alma. Del mismo modo que el buen Allen Ginsberg.
El país que vivíamos en los noventas no era de ningún modo tan violento ni tan pleno de miedo, y todavía podíamos osar animarnos a levantar el pulgar en alguna carretera desconocida o abordar un vagón de carga de ferrocarril entre juego, broma y en serio. Arriesgándonos a que nos atraparan los policías federales y nos dieran una tunda, o que algún vagabundo nos ofreciera de sus tacos.
Es cierto que nos tocó una crisis económica avasalladora casi a la mitad de aquella década. Que muchos tuvimos que trabajar desde tempranas épocas haciendo de todo, cosa rara entre la gente de nuestro colegio. Donde otrora estaba de moda, para quienes podían costeárselo, un viajecito al extranjero para practicar la segunda o la tercera lengua. Según tenemos noticias, en nuestra generación muy pocos pudieron realizar aquellos viajes estudiantiles a Canadá, Francia o los Estados Unidos que hasta cierto punto eran rituales en generaciones previas. Mínimo un intercambio de cuando menos un mes de duración a Seatle.
En 1994 estaba muy de moda ser contador, ingeniero en algo, abogado, administrador de empresas o doctor. Ejércitos de contadores públicos, juristas e ingenieros obedecían los consejos de la golpeada generación anterior de sus progenitores: “estudia primero algo que te proporcione de qué vivir, luego haces lo que tú quieras…”
¿Cuántos filósofos de closet, cuántos poetas, futbolistas, historiadores, cineastas, viajeros y exploradores frustrados, tras aquellos títulos universitarios caducos pendiendo en el muro de la oficina o la casa materna?
La generación de nuestros padres había visto por décadas la continuidad de sus esfuerzos, proporcionarles los frutos merecidos a la inversión en energía humana aplicada. En nuestro caso, la realidad fue la ruptura de todas las seguridades y certezas. La difuminación de los sueños. A la edad en que nosotros terminábamos la universidad, veinte años atrás, nuestros padres ya nos tenían a nosotros y a algunos de nuestros hermanos. Con paciencia esperaban ellos la certidumbre cuasi celestial de la pensión, la jubilación, los réditos del banco o el negocio familiar, mientras miraban en familia  la serie televisiva Los Pioneros o el Chavo del Ocho.
Actualmente, muchos de nosotros continuamos haciéndonos miles de preguntas y laberínticos cuestionamientos sin certidumbre alguna. La certeza financiera, menos la psíquica o la moral, resultan extrañas entre nosotros, los que aún estamos un poco vivos. A menos que estuviésemos tan amodorrados  e incluso muertos en vida como para pensar que todo va muy bien.
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Existen varios tipos de adolescentes y de jóvenes. El primer grupo de ellos, a quienes nombraríamos como adolescentes automatizados, nunca han sido jóvenes de verdad. Tal vez cronológicamente, a lo sumo como etiqueta por su breve, muy breve apariencia juvenil, pero nada más. Desde temprana edad, al autómata se le aleccionó para elegir el sendero predeterminado de un supuesto camino de éxito. Hizo las cosas que se esperaba hiciera como joven: las fiestas, las tonterías, los extravíos. Pronto creció y olvidó el rock, dejó de ejercitar su cuerpo y su mente, abandonó los libros y las películas de aventuras, los viajes, los sueños.
No tiene ningún caso intentar comunicarse con el adolescente automatizado, pues la lección del demagogo en turno: sea padre de familia, sacerdote, empresario o maestro, resultó bastante efectiva. De él se espera que consuma mucho, que desobedezca lo justo, sin pretender trastocar su sistema social y que siga durmiendo el sueño lunar para transitar rápido hacia la etapa de adultez sin ningún rito de paso: adquirir su título universitario, vivienda, el auto más lujoso posible y una familia. Pasando si es necesario sobre las cabezas de sus coetáneos. Y que siga consumiendo todo lo posible hasta la muerte.
Pero el joven automatizado puede despertar, asomar en su corazón un dejo de verdadera rebeldía; aclaramos, de “verdadera rebeldía”, no de berrinche consumista ni capricho aburguesado. Entonces es posible que realmente escuche. Y a nosotros brindarnos la oportunidad de dialogar con él.
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El segundo tipo de joven es el que “adolesce” en verdad. Le duele y lo lastima moral y físicamente la falta de congruencia de su mundo. No por nada, en la década de los setentas y ochentas muchos jóvenes se identificaban con la persona rebelde de Jesús de Nazaret. No con el castrado personaje a quien secuestraron las iglesias. Sino con el barbado revolucionario, viril sobremanera, de cabello largo a quien imitaron los Beatles, Dylan y Serrat. Y a quien crucificaron los romanos en la postura más erecta, semidesnudo, rodeado de hermosas judías, algunas vírgenes y otras putas.
Para dialogar con los jóvenes y con los adolescentes, es menester que los adultos quienes pretenden acercárseles, nunca hayan dejado morir a su joven interior. Que jamás hayan dejado de escuchar y seguir sus voces internas, quienes le impelían: “levántate, rebélate… lárgate, sé, fractura, fornica… ama…”
Cualquier intento de un adulto zombi por acercarse a los adolescentes, consistirá en mera demagogia, aleccionamiento barato o intento de someter a los jóvenes mediante máscaras y manipulaciones.
¿Qué clase de ejemplo podemos ser para los jóvenes, los adultos quienes jamás nos atrevimos a seguir las voces internas, o tristemente las dejamos de escuchar hace muchísimo tiempo?
Luego nos quejamos por el tamaño de las rupturas generacionales y porque los chicos no nos escuchan y menos se identifican con nosotros.
En culturas ancestrales de diversas regiones del mundo, se ha hablado siempre de un segundo nacimiento. Para volver a nacer es necesario enfrentar poderosas pruebas y obstáculos, haber decidido desarrollar el propio juicio y seguirlo a partir de aquellas dificultades superadas. Aprender de la propia vida y mantenerse joven internamente por siempre.
¿Qué podemos aportar a los adolescentes, ejércitos  de adultos quienes hemos fracasado en enfrentar nuestras propias pruebas y ritos de paso, quienes jamás nos atrevimos a seguir la voz de nuestros corazones?
Aquel quien tiene mucho miedo a morir o de envejecer, es, según nos cuenta Erich Fromm en varios de sus libros, precisamente quien nunca experimentó ese segundo nacimiento. Ese nacer de nuevo para su propia vida. Aquel quien para siempre perdió a su joven interno.


viernes, 22 de abril de 2011

ALBERT CAMUS: LOS ORÍGENES DE LA REBELIÓN

Alber Camus


Yo me rebelo, luego somos.
(ALBERT CAMUS –el Hombre Rebelde)

La torre de Babel se construye
no para alcanzar los cielos de la tierra,
sino para bajar los cielos hasta la tierra.

(FEDOR DOSTOIEVSKY –Los Hermanos Karamazov)

1
El hombre feo posee razones muy especiales para rebelarse. La abominación que causa su apariencia física a los otros, le obliga a pasar la mayoría del tiempo recluido en su buhardilla y en sí mismo, urdiendo conspiradoras teorías y devorando cientos de libros proscritos, creados por seres igualmente marginales que él. Alejado de sus contrarios: los hombres a quienes por lo menos él califica como hermosos: sus opositores y antagonistas por naturaleza. Tiene pocos amigos, a veces ni uno solo, y si ha logrado convertirse en una figura conocida al final de su tortuosa existencia debido a un intelecto poderoso y una deslumbrante razón, los cuales pulió y desarrolló a lo largo de años, en compensación ante la ausencia de belleza física, emerge por fin como un ogro de entre las sombras de su húmedo cubil. Escupiendo a sus adversarios complicadas teorías sobre un mundo sin esquemas, sin reyes, gobernantes ni dioses. Volteando de cabeza el orden conocido de las ideas, de la razón y de las gentes. Intentando demostrar que la apariencia burda y contrahecha de sus facciones, oculta tras de sí la belleza de alma de un príncipe encantado. El mismísimo Cuasimodo en la Catedral de París. Bestia quien por fin reclama su derecho de amor por Bella.
Jean Paul Sartre tenía el ojo derecho extraviado, un profundísimo grado de miopía, verrugas en el rostro, como batracio o anfibio de la peor calaña. Mitad iguana y mitad zapo reptador. Amén de los pies planos y la cabeza enorme. Debido a sus ojos y sus plantas, el ejército francés rechazo su solicitud en la Segunda Guerra Mundial. Gracias a sus defectos físicos y su paso errático y amorfo, no fue bien visto ni siquiera cuando se unió a la Resistencia Francesa, durante la ocupación nazi. Dicen que al igual que su personaje Eróstrato, eyaculaba en sus pantalones tan sólo al mirar a una prostituta desnuda. ¿En qué podría serles útil un hombre con tan numerosas malformaciones y deficiencias físicas?
Este Cuasimodo escribiría decenas de tratados psicológicos y filosóficos, cuentos, novelas, artículos y obras de teatro que le ganaron la candidatura al Premio Novel.
2
El hombre hermoso por su parte, tiene razones muy diferentes para rebelarse. Gozó desde la infancia de la simpatía de los otros y cuando menos de su superficial amabilidad. El hombre hermoso desarrolla su alma y su intelecto no en reacción a la hostilidad externa del mundo, del modo como el hombre horrible e incluso el monstruo construyen sus palacios y edificios teóricos. Sino como un reflejo de sí mismo que él ve en las ideas magníficas, en las verdades intemporales de los sabios, en el arte y al interior de los enigmáticos fenómenos de la naturaleza. Si algo quiere demostrar al mundo, es el hecho de que su genio y su pensamiento son tan grandes y bellos como su cuerpo y rostro. Y esto en el fondo también es una forma de rebelión.
Ocasionalmente, el hombre hermoso y el monstruo llegan a coincidir en algún punto del proceso de su rebelión: ambos se niegan a ser cosificados. Luchando por no quedar reducidos a un cliché o un estereotipo: el Príncipe y el Monstruo. Si ambos son genios, con mayor razón se encontraran en alguna estación en el medio del camino. La existencia de estos dos seres es una demostración de que apariencia y esencia, fenómeno y nóumeno no son de ningún modo lo mismo. Empero, no tardarán en separarse de nueva cuenta y emprender rumbos distintos.
Sartre acusaría a Albert Camus de que la suya era una rebelión exclusiva de las ideas, de las concepciones y de la estética. Una rebelión de la poesía, de la filosofía y de la belleza. De ningún modo de la acción y de las clases sociales, como tanto se empeñara él en su Crítica de la Razón Dialéctica, pretendiendo unificar el marxismo y el existencialismo. Nunca más volverían a hablarse, aunque fueron amigos.
Sartre se negó a recibir el Premio Novel por razones ideológicas, ignoramos si estéticas. Camus sí lo aceptó.
Camus fue un niño hermoso. De frente luminosa, cráneo bello y ojos deslumbrantes. Su madre, analfabeta y sorda, descendiente de inmigrantes franceses argelinos, lo amaría más que a nada en la vida. Del mismo modo que sus compañeros de clase y profesores del Liceo en Argel. Al perder a su padre desde muy niño, herido y torturado durante la Primera Guerra Mundial, sería siempre bien acogido por sus maestros, quienes lo acercarían a Nietzsche y a los griegos.
Su rebelión dirigió sus fuerzas hacia la búsqueda de la belleza, también de la crítica, desde el más alto grado de lo hermoso, de las palabras, las metáforas y las ideas.
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La peste bubónica, inicia en una de sus obras, precisamente La Peste, con el aumento en la población de ratas. Las ratas mueren dejando sus cadáveres por miles en las calle. Las personas comienzan a enfermar también, contagiados por las pulgas de los roedores. La plaga acabará con más de la mitad de la población humana de aquella ciudad, amenazando con exterminarla en totalidad, inundando sus cuerpos de bubas y tumoraciones que se hinchan hasta matarlos en medio de temperaturas altísimas y dolores insoportables.
Cuando parece que todos los habitantes de aquella ciudad desaparecerán, se detiene la peste por sí sola. Sin causa aparente, ni razón alguna. Por mero fenómeno de ecología de poblaciones. La enfermedad acaba exterminándose a sí misma, dejando a salvo a los sobrevivientes.
Así se extingue también, según Camus, como la peste, la rebelión de los esclavos. De los rebeldes con mente esclavizada, tal como describe en su libro El Hombre Rebelde. El esclavo quien se rebela, acaba aniquilándose a sí mismo después de sembrar el terror y la destrucción entre sus dueños e incluso entre sus coetáneos. Y si acaso, raramente llega a triunfar, termina convertido en un amo cien veces más cruel que su antiguo dueño. Esto explica el porqué del fracaso de tantas insurrecciones a lo largo de la historia. Una cosa es que el esclavo se harte de su opresor y desee e incluso logre asesinarlo, contagiando a sus iguales. Otra muy distinta es liberar su conciencia de las ataduras mentales. Al igual que las ratas y la peste, el esclavo rebelde estará condenado a aniquilarse a sí mismo y a esparcir su enfermedad.
Según Camus, el verdadero hombre rebelde nace en Occidente, en Grecia y Roma, con Espartaco, aplastando legiones romanas y Sócrates engullendo la cicuta. Con Aníbal cruzando los Alpes en compañía de sus elefantes y con Atila acosando al enviciado Imperio Romano. Con el esclavo o el ciudadano del imperio, quienes repentinamente son conscientes de sus derechos, nada más por el simple hecho de existir. También con los bárbaros quienes desean apoderarse de Roma o Grecia y erigirse como sus emperadores. Albert Camus asegura que en el mundo occidental el hombre es crecientemente consciente de sí mismo, y el rebelde fractura sus cadenas porque considera que el tiempo de la esclavitud ha terminado y él tiene derecho a ser dueño de su propio tiempo.
¿Pero qué podría decirse del caso de Gautama Buda y de Jesús de Nazaret? En Oriente, la rebeldía se basa en la renuncia y la sencillez. Suele decirse que cuando un hombre es capaz de renunciar a todo, incluyendo lo material y lo espiritual, hasta los mismos demonios se ponen a temblar de miedo. La de Oriente no es una renuncia del todo consciente de sí misma, ni sustentada en ninguna formulación verbal o teórica, como el caso de los revolucionarios en Occidente. La de Buda era una rebelión de la renuncia y el vacío absoluto, y la de Jesús otra sustentada en el amor por los hombres, incluso por los enemigos.
A estos rebeldes, Camus los denomina rebeldes metafísicos. No poseen mentalidad de esclavos ni desean cambiar ningún orden social. Aunque al final lo logren. Su rebelión se dirige en pos de la Unidad del Mundo. Les hiere en lo más hondo la fragmentación del universo. La división cuerpo-mente del hombre los tortura. No buscan ningún paraíso en otra vida, sino encontrar un cielo en este mundo.
Los profetas de Camus son Nietzsche y Dostoievsky, quienes no mataron a dios, sino que se tropezaron con su cadáver. Al principio los seres humanos adoraban los poderes de la naturaleza, a la montaña, como los judíos primitivos a quienes guió Moisés. Luego fueron politeístas como los egipcios y finalmente monoteístas, al igual que los cristianos. ¿Pero tras la muerte de dios, se pregunta Camus, cuál es el paso posterior de la humanidad que llenara semejante vacío histórico?
La respuesta que le proporcionarán Nietzsche y Dostoievsky, tendrá que ver con el surgimiento del nuevo hombre-dios, capaz de establecer su propia ley. Derrumbando un orden antiguo y viciado para construir otro. Constructor de un cielo en esta tierra, o aniquilador total del mundo, genocida y ecocida.
A la ceremonia de los Premios Noveles, se dice que asistieron gran cantidad de mujeres para admirar al hermoso escritor, metido en su elegante traje. El escritor amante de los gatos, autor de El Extranjero y El Hombre rebelde: era Albert Camus.

jueves, 21 de abril de 2011

EL MAMBO, EL BUDÚ Y LA BRUJERÍA

He conocido gente que ha optado por emplear sus poderes
–no por motivos económicos o de avance tecnológico-
en pos de la supervivencia cultural y espiritual.
He vistito los efectos de las fuerzas extrañas y misteriosas
que una persona es capaz de utilizar para controlar su destino
y conservar vivos su identidad y sus sueños;
sueños que todos tenemos, sueños de libertad, de alcanzar un vínculo
entre nosotros mismos, el universo y un Dios.
(DOUCHAN GERSI –Sabidurías de lo Invisible)

1


Si me pongo a pensar al respecto, la brujería siempre estuvo presente en mi familia. Pero yacía oculta, latente, de una forma más bien callada e impronunciada. Como la muerte en el poema de Jaime Sabines, que se escondía sigilosa en los pliegues del alegre vestido de la novia. Esperando su turno para tomar su lugar, o asignarnos el que nos corresponde a nosotros más tarde o más temprano bajo la fresca cama de tierra del camposanto.

Es probable que en muchas familias, valdría la pena preguntarse si casi en todas, la brujería y la magia posean un lugar considerable, sino preponderante, sí discreto, moderado y callado. Pero ahí está. Me parece que la magia y la consiguiente brujería son parte del mundo humano, aunque la razón y la vida moderna hayan querido expulsarlas a toda costa. Pero son un reflejo del lado, por decirlo de un modo, “primitivo” o mágico de todos los seres humanos. Sea que algunos hombres o mujeres estén más en contacto con el suyo que otros.



Mircea Eliade, el historiador de las religiones, decía que no existe experiencia humana que no sea religiosa de un modo u otro. Pero por religión él no entendía  a la institución con intenciones de dominio, control y poder, como algunos hoy en día lo comprenden únicamente.

El historiador rumano hablaba de religión como vínculo con la divinidad. Manera de estar precisamente “ligado” con los poderes que trascienden lo humano. Una forma de  buscar unirse y “ligarse” o “re-ligarse” con el  universo y no sentirse ajeno, alienado o amputado del mismo. Que nada de lo que hacemos los hombres modernos deja de ser una experiencia mística de algún modo. Que todos nuestros rituales, y no hay quien no tenga rituales en su vida diaria, tienen algún tipo de conexión, por lejana que sea, con tipos de actividades religiosas milenarias practicadas por grupos humanos desde la Noche de los Tiempos. En un intento, a veces más acertado y a veces menos, de ganarse el favor de los espíritus o de Dios.

2


El explorador checo Douchan Gersi vivió su infancia en África oriental. Sus padres lo llevaron de niño huyendo de los nazis. Ahí, a los siete años, entró en contacto por primera vez con la brujería. Moduku, un brujo africano, le hablaba todos los días de la fascinante manera en que la gente de “poder” del Continente Negro veía la vida. El niño checo, refugiado y la mayor parte del tiempo solitario, cayó bajo el encanto de las conversaciones del anciano brujo. No podía dejar de ir a buscarlo para conversar con él y pasársela haciéndole preguntas y escuchándolo todo el tiempo(1).

En una ocasión Moduku le pidió ayudarlo a realizar un encantamiento. El niño debía robar de la granja de sus padres un pollito y llevárselo a las tres de la mañana al brujo. Se trataba de un hechizo para combatir a un enemigo de Moduku. Douchan se decidió a robar el animalito, y a la hora fijada por el anciano llegó a su choza. Ahí lo contempló realizar con sus manos un muñeco de trapo y atarle una serie de hilos y clavarle alfileres. Luego, en medio de cánticos desconocidos, el brujo arrancó con sus dedos la cabeza del animalito y salpicó de sangre el suelo y al muñeco previamente fabricado. Al finalizar el rito, Moduku enterró la figura de trapos debajo de las cenizas de su hoguera.

Al día siguiente, el niño despertó en su cama sobresaltado por un alboroto general en la aldea donde vivía con sus padres y una serie de nativos de África de diversas tribus que trabajaban como granjeros. Douchan corrió a escuchar a escondidas las conversaciones de los adultos, pues no se le permitía oír las pláticas de los mayores.

Entonces supo que un hombre de la aldea vecina había muerto repentinamente de causas desconocidas. Lo encontraron tieso y sin signos vitales, de pié, recargado en la puerta de su choza. Era el enemigo de Moduku. Del brujo no volvieron a saber nada, había abandonado su cabaña y desapareció para siempre llevándose a su perro y todas sus pertenencias. El hechizo funcionó.

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Al escuchar hablar del vudú haitiano y caribeño siempre sentí un escalofrío en la piel. Mis referentes se limitaban a la inolvidable película, una de mis predilectas que miré una y otra vez: The Serpent and the Rainbow, de West Craven. Donde un antropólogo investiga en Haití la manera de confeccionar un polvo que supuestamente puede hacer regresar a los muertos del Más Allá. Después de la película, que a pesar de aterradora resulta espiritualmente bellísima, por el viaje iniciático y de madurez emocional que describe, no dejaba de asustarme al escuchar hablar del vudú.

Otra descripción de Umberto Eco en el Péndulo de Foucault también me impresionaba, cuando la antropóloga brasileña, Dolores, novia del personaje principal de la novela, se transforma de una marxista férrea y racional, en una sutil adepta del vudú al ser poseída por una poderosa deidad afrocaribeña.

Más tarde, en un puesto de libros usados encontré una buena parte de la colección de la Biblioteca Fundamental Año Cero.  Los fui leyendo paulatinamente todos en un lapso de poco más de dos años. El libro, Sabidurías de lo Invisible de Douchan Gersi estuvo cerca de un año empolvándose en mi cubículo de la universidad. Me prometí leerlo, pero muchos otros tomaban su lugar por una cosa o por otra antes que él. Amén de las actividades académicas “formales” que debía realizar diariamente para sobrevivir en un mundo universitario neoliberal.

Sus descripciones del vudú haitiano hicieron que esta práctica espiritual del Caribe se humanizara sobremanera ante mis ignorantes ojos, prejuiciosos y educados por influencia del cine hollywoodense. Me sentí conmovido, vulnerado y fascinado ante lo que descubría.

Douchan Gersi señala que el vudú se creó por una mezcla incomprensible entre el cristianismo pagano llevado por los sacerdotes maniqueístas y esotéricos, expulsados de Europa a América por la inquisición. Luego, éste cristianismo pagano se fusionó con rituales de las tradiciones indígenas mesoamericanas, así como con la religión de los esclavos africanos traídos a América durante la conquista, la colonia y más. Una verdadera coctelera, como dice Umberto Eco en la anteriormente aludida novela de su autoría.

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El iniciado, antes de convertirse en sacerdote o hougan, como se dice en el dialecto de los adeptos al vudú, debe pasar por una serie de ritos y pruebas. Primero aprende la tecnología básica de los rituales de brujería. Deberá adquirir de su maestro las fórmulas para realizar los preparados, venenos, pócimas, amuletos y demás. Pero el vudú no se reduce a fórmulas mágicas, abracadabras aprendidos de  memoria y recetas de cocina. De lo contrario, se trataría de un aprendizaje meramente técnico o mecánico, mismo que no resulta útil ni efectivo sin los poderes espirituales emanados de manera natural por la personalidad fortalecida y cultivada con mucho esfuerzo del sacerdote.
En suma, sin el trabajo personal realizado por el propio brujo en el devenir de su vida, canalizado más que nada hacia el bien de su comunidad y de quienes lo consulten, se trataría de un charlatán o un farsante. De un brujo negro sin más, como dicen los adeptos.
Lo que pretendo decir, siguiendo las palabras del explorador Douchan Gersi, es que el vudú es un conjunto sistematizado de conocimientos de una profundidad espiritual sin precedentes, que se nos escapa a los ignorantes y neófitos. La finalidad del proceso que recorrerá el iniciado será, más que aprenderse las fórmulas mágicas, purificar su corazón.

Sin las cualidades de humildad, justicia, servicio a los demás, pureza del alma y sentido del bien común, el brujo no es nada. Correrá el peligro de ser víctima de los poderes que él mismo desencadene. Deberá aprender a despojarse de sus sueños y ambiciones de poder y riqueza.

En la mayoría de las ocasiones, la efectividad del trabajo de un brujo no se mide exclusivamente por la precisión de sus fórmulas, oraciones y encantamientos, sino por la buena voluntad, sinceridad y carisma de su persona.  Y esto no se compra en ningún mercado, ni nadie lo regala como se regala un auto o un amuleto, sino que se gana a pulso, con muchos trabajos, aprendiendo a enfrentar la vida y los problemas espirituales que ésta nos presente.

5


Las pruebas finales que deberán asumir los hougan tenderán principalmente a templar su corazón, vencer sus miedos, frenar sus impulsos de poder, riqueza y posesión. Al igual que en muchas otras tradiciones espirituales de todo el mundo, donde se busca el ideal de abstinencia o cuando menos moderación, sencillez, pobreza, alegría del alma por encima de las adversidades, valentía, fortaleza físico-espiritual y mesura.
Si al final un hougan cede ante las tentaciones materiales y monetarias, utilizando los poderes que le fueron rebelados para buscar hacerse rico, lastimar a los demás o acumular riquezas vanamente, se convertirá en lo que se conoce como un brujo negro. Alguien sin dueño, sin rumbo fijo, que trabaja para el mejor postor, al servicio del Dios del Dinero. Buscando no el bien de su comunidad, sino el suyo propio. Capaz de hacer daño a inocentes o a quienes no le han hecho nada por tal de enriquecerse. No por nada y si se pone atención, en muchas sociedades, incluyendo las nuestras, donde se practica secretamente la brujería, las muertes de algunas personas relacionadas con ella resultan horrorosas.

Si, contrariamente, el hougan puede hacerse cada vez más humilde y mesurado, será capaz de ponerse al servicio de Dios, que es el único y poderoso. Llegando a ser capaz de canalizar poderosísimas fuerzas espirituales para curar enfermos, brindar consejo a los desvalidos y cuidar de sus ayudantes y de su comunidad.

Sorprendería ante nuestros ojos, acostumbrados a sufrir, padecer y no obstante buscar ejercer a toda costa las jerarquías de poder social, saber que la estructura de las comunidades vudú no es piramidal. Es decir, que no hay un jefe que detente el poder y lo ejerza sobre los demás. Aquí se encuentra la concepción de “poder” tan diferente a la de las sociedades occidentalizadas que se tiene en las comunidades vudú. El hougan o brujo, tras un largo esfuerzo de preparación espiritual se vuelve responsable de una aldea o núcleo, a su vez inmerso dentro de un barrio o favela. Tal como las vemos sin percatarnos del todo en las colonias y barrios de países del Caribe y en general donde hay presencia del vudú.

Una vez que un joven iniciado adquiere los conocimientos, la templaza y madurez para ejercer como hougan, queda a cargo de una comunidad que se erige a su alrededor. O que pertenecía a su maestro antes de su muerte y de que él le sucediera. Será entonces responsable de todos sus miembros, de alimentarlos, asesorarlos espiritualmente, aconsejarlos, curarlos y guiarlos. Muchos hougan poseen animales a los cuales crían y cuidan en su comunidad, administran escuelas y negocios, cultivan o manufacturan productos diversos, de donde obtienen recursos para mantener a su comunidad. Sin embargo, no se trata de una posesión en el sentido capitalista que conocemos la inmensa mayoría, sino de un bien que sirve a todos.

6


La palabra Mambo en el dialecto vudú significa mujer. No por nada los rituales mágicos del vudú en su mayoría están acompañados de tambores, cánticos y percusiones. El tambor, la tumba y cualquier tipo de percusión recuerdan la época en que vivimos en el útero de nuestra madre, los insustituibles latidos de su corazón retumbando cerca de nuestro oído, tranquilizándonos y regocijándonos con su amor infinito. El golpeteo del corazón materno cuando nos amamantaba en su pecho izquierdo.
Cuando los asistentes de hougan comienzan a golpear el tambor o las percusiones, acompañando los cánticos y las oraciones del líder espiritual, pareciese haber un regreso a tiempos biológicos maternos reconfortantes e inmemoriales. La música cura y es mágica también. Las deidades vudú resultan bisexuales ante nuestra percepción unilateral. Un regreso a la Noche de los Tiempos, cuando Dios era a la vez masculino y femenino.
  1. GERSI, Douchan.  Vudú, Magia Negra y Brujería. Sabidurías de lo Invisible. Ediciones Martínez Roca. Biblioteca Fundamental Año Cero. Buenos Aires Argentina. 1994. []
PG

El autor: Carlos Filiberto Cuéllar

Carlos Filiberto Cuellar. (Guadalajara, México, 1976). Es escritor y psicólogo. Sus novelas: Tristísima (Deauno.com, 2008) e Histérica y Adorada: Cuentos de Psicoanálisis en México (Deauno.com, 2007), además del libro de testimonios: Hombres de a Pie: Dos Chamanes del Occidente Mexicano, pueden ser consultadas en la página electrónica: www.amazon.com Su correo personal es: carneuro@yahoo.com.mx

lunes, 11 de abril de 2011

EL DERECHO DE SENTIR PLACER

Wilhelm Reich (mujerentierrafirme.blogspot.com)

 

Nuestra canción es fuego de puro amor
es palomo, palomar, olvido de olvidar.

(VÍCTOR JARA –El Derecho de vivir en Paz)


La potencia orgásmica es la capacidad de abandonarse
al fluir de la energía biológica sin ninguna inhibición,
la capacidad para descargar completamente
toda la excitación sexual contenida, mediante contracciones placenteras
involuntarias del cuerpo.
Ningún individuo neurótico posee potencia orgásmica;
el corolario de ese hecho es que la vasta mayoría de los humanos
sufre una neurosis del carácter.

(WILHELM REICH –La Función del Orgasmo)


1

Algunos individuos, hombres y mujeres, han experimentado orgasmos exclusivamente mientras duermen. Sólo durante la noche, en la fase de sueño profundo, cuando todas las defensas psicológicas, inhibiciones sociales y restricciones de carácter se han retirado junto con el vano y dominante Yo diurno. En el momento de surgir del otro Yo, la Esencia, el Alma genuina, como pudiesen decir algunos. El Inconsciente, como pensarían otros. La activación del cerebro primario: el córtex animal, por debajo de las capas racionales del cerebro. Lo que nos une con los niveles cerebrales primitivos de la evolución: células neuronales de lagarto, lobo o perro salvaje. En ningún momento hemos dejado de ser cocodrilos, zorros, leones, osos o dinosaurios, aunque pretendamos olvidar nuestro lado primario, animal y vegetativo.

También es el instante del fluir de los sueños y las imágenes oníricas más creativas e inverosímiles. Algunos analistas como Erich Fromm afirman que muchos neuróticos sólo pueden experimentar fases de creatividad en su vida mientras duermen. Con el sexo y el orgasmo es algo semejante.

Más que ningún otro proceso humano, el sueño y la meditación profunda pueden mostrar cuán efímeros y falsos son el Ego, el carácter y la personalidad socializada de la mayoría de nosotros. Y cómo se oculta, aprisionado, otro Yo en nuestros recovecos más inhóspitos.

Otros sujetos, ni siquiera en sueños han sentido el clímax de la excitación y la descarga energética de su libido. El orgasmo. Acaso su vida interna más íntima ha sucumbido a las fuerzas sociales opresoras, interiorizadas durante su educación inquisidora y su triste existencia. Serían aquellos a quienes el mago ruso  Gurdjieff, consideraba como muertos en vida por haber perdido su esencia. De alguna gente, un tanto neurótica, cuando menos puede afirmarse que tienen su verdadera personalidad, la más sensual, reprimida. De muchos otros, más crónicos, aunque aparentemente adaptados y exitosos en esta sociedad, a lo mucho puede decirse que son simples zombies: un cascaron parlante sin vida interior, con apariencia humana y sustentados en clichés.  Son personas jamás nacidas, nunca despertadas para la verdadera vida. Tal cual describió a la neurosis de carácter el psicoanalista Wilhelm Reich, discípulo de Freud a lo largo de su extensa obra.

A bastantes individuos se les ha muerto el lobo interno, ya no los estimula ningún placer perverso y carnal, como otrora en sus mocedades sucumbieron, o por lo menos fantasearon con culpa. No escuchan para nada el aullido de su propio licántropo. Miran una mujer hermosa en la calle, o encuentran a un hombre atractivo y hacen como si no ocurriera nada. Y es en su interior donde ya no ocurre nada, verdaderamente. Han asumido aquel precepto protestante de acoplarse sexualmente sólo con fines reproductivos. Si es que han logrado tener hijos o experimentar alguna efímera relación sexual por mero compromiso. Pero del placer, menos del orgasmo, absolutamente nada.

Y otros más, los narcisistas, quienes aunque logren una erección e incluso llevarse a la cama a diversos amantes, jamás consiguen la integración completa que del todo se gana con un buen orgasmo, propio (en el caso de la muy recomendable masturbación o el onanismo) y mutuo cuando se tiene en frente a la persona apropiada y se la sabe valorar. No quedando nunca del todo satisfechos y jamás felices.

El placer causa culpa en la mayoría de los neuróticos, en muchos otros ni placer ni culpa ni nada.

Al masturbarse o auto-estimularse, pueden llegar a experimentar algún tipo de placer momentáneo. El cual se pierde de un instante a otro por la activación de los temores, pensamientos que distraen y tortuosas culpas. No hay frustración más grande que estar a punto de eyacular o experimentar el orgasmo, y ser interrumpido o perder la erección.

Para tener una erección de pene o clítoris, más aún, para estimularlos y mantener su excitación hasta el grado de lograr la descarga total, se requiere un importante grado de concentración y conciencia corporal muy especial. No del tipo de concentración requerida para ganar dinero, grillar a los otros o elegir el automóvil deseado, como hacen las grandes mayorías.

Por ello, los grandes yoguis, maestros tantras y meditadores del Oriente, según se cuenta, logran ser también grandes amantes y maestros de la erótica.  Ellos sí poseen un poderoso grado de concentración corporal, vegetativa y conocimiento de sí mismos y de su cuerpo.



Víctor Jara (mjlibertario.blogspot.com)

El orgasmo comienza con un estímulo visual: una silueta, un escote, una mirada; a menudo auditivo: una vocecita sensual, múltiples manifestaciones susurrantes de ayes y quejidos; incluso un estímulo olfativo: un perfume tentador, el aroma del sudor, la piel o los genitales del amante. Es acompañado de palpitaciones y movimientos involuntarios en la fase previa al clímax. Con tiempos, intensidades y diferencias de lapsos muy acentuadas entre hombres y mujeres, los cuales es preciso conocer como a un libro sagrado. Finalizando con la feliz y poderosa descarga de energía y fluidos.

Es un derecho el orgasmo, del mismo modo que la tierra, la comida, el derecho a recibir y dar amor, a ser uno mismo y a vivir en paz. Bastantes psicoanalistas y terapeutas sexuales coinciden en el hecho de que si se experimentaran muchos más orgasmos en el mundo, habría menos violencia, maldad y agresividad humana en esta vida.

No por nada, en la antigüedad, era equiparada la capacidad sexual con la potencia espiritual de un individuo. ¡¡Y en qué mundo asexuado, ambiguo y poco espiritual vivimos actualmente!!


viernes, 1 de abril de 2011

TRAGARSE AL GURÚ

                                            Mis labios desean saborear…  (http://www.profondeurdelame.blogspot.com/)


El sufrimiento físico o mental
es parte de la existencia humana
 y el experimentarlos es algo inevitable.
El rehuir la pena a toda costa solo puede lograrse al precio
de un aislamiento total, el cual excluye la capacidad
de experimentar la felicidad.
Lo opuesto a la felicidad no es, por consiguiente, el pesar o el dolor,
sino la depresión que resulta de la esterilidad interior
y de la improductividad.
(ERICH FROMM –Ética y Psicoanálisis)


Entonces el padre del príncipe pregunto:
“¿Qué cosas verá mi hijo
que le harán abandonar la vida de hogar?”
“Los cuatro signos”, fue la respuesta:
“un hombre gastado por la edad,
un enfermo, un cadáver y un ermitaño”.
(ANANDA COOMARASWAMY  -Buddha y el Evangelio del Budismo)


Si yo soy lo que tengo,
y si lo que tengo  se pierde, entonces
¿Quién soy?
Nadie, sino un testimonio frustrado,  contradictorio,
patético, de una falsa manera de vivir.
(ERICH FROMM –¿Tener o Ser?)

1
En sus últimos días, Erich Fromm solía decir que encontrar al terapeuta o al psicoanalista idóneo para cada quien, era una tarea tan ardua y tan seria como el encontrar pareja o un buen amante. Innumerables recomendaciones por parte suya acerca de la importancia del autoanálisis, el preguntarse y escucharse a uno mismo, así como la elección acertada del maestro o el psicoterapeuta correctos, aparecen en su obra tardía, así como en sus textos póstumos.
Minusvalorar o hablar mal del trabajo de colegas dedicados al estudio de la psique, no nos corresponde para nada. Más bien consideramos, siguiendo la idea frommiana, misma que es una de nuestras venas cavas preponderantes y vitales, que la elección de psicoanalista o el terapeuta adecuado es parte esencial de la búsqueda de uno mismo. Que quien se anda buscando a sí mismo, también debe, necesita y requiere encontrar a una persona acorde con su personalidad y necesidades, quien le oriente.
Si se supiese desde el inicio quién es el mejor maestro para enseñarnos piano, guitarra, pintura, matemáticas, yoga, ajedrez o feng shui, entonces la búsqueda jamás comenzaría, pues implicaría de facto que ya se sabe y conoce todo a priori. Con razón mayor, si supiésemos desde el principio quién es el psicoanalista más ad hoc para nosotros, entonces no iniciaríamos ninguna búsqueda de maestro alguno. Pues nos constituiríamos desde el inicio en nuestro propio maestro o nuestro propio psicoanalista. Y esto es una fase posterior de toda terapia o psicoanálisis: que uno pueda autoanalizarse, observarse e incluso curarse a sí mismo. Llegar a ser el propio gurú. Desde un principio sabríamos pues, quiénes somos. Pero no es así por lo general.
Queremos decir que el ponerse a buscar, ya de por sí el inicio de la terapia y parte también de la puesta en marcha de la cura y del aprendizaje vital.
Y lo que se vaya a encontrar en el camino, con respecto al terapeuta o psicoanalista y con respecto a la búsqueda de uno mismo, nada se puede garantizar en lo absoluto. Sostenemos, al contrario de las denominadas “nuevas tendencias” en educación, las cuales pretenden definir con precisión los objetivos y métodos de aprendizaje, que en psicoanálisis nada hay seguro al final del camino. Lo importante es el proceso, el sendero y la búsqueda. Mismos que lo hacen más parecido en el fondo, a las iniciaciones dentro de antiguas escuelas sagradas de diversas culturas: como el Tantra, el Nahualismo y el Cristianismo Primitivo. En la educación formal contemporánea debe siempre saberse a dónde se va y cuáles son los objetivos que se tienen con cualquier proceso. Cosa insostenible para el psicoanálisis y otras tradiciones humanistas, en donde lo que se consiga y aprenda depende de cada quien y es por demás incierto.
Nunca se sabe, decía Don Juan Matus a Castaneda, a dónde nos llevará el camino, y hay muchos caminos.
2
Una vez identificado el psicoanalista idóneo para cada quien, habrá que desarrollar un proceso de fe mutua. Fe por parte del psicoanalista en que lo que le diga el buscador o paciente, es hasta cierto punto verdadero y no mentira. Fe por parte del analizando, de que aquel médico del alma tiene los tamaños (testículos u ovarios, dependiendo) para ayudarle a salir, o por lo menos alumbrar alguna visión en medio de la nebulosa (Platón la llamaba Caverna y los hinduistas Maya) en que todos habitamos y a la que denominamos, como podemos, “realidad”.
Nuevamente Fromm, nos dice que existen dos tipos de fe. Una autoritaria o irracional, en la cual el iniciado se vuelve discípulo ciego y esclavo del que supuestamente sabe. Y este es un peligro evidente al cual se debe eludir a toda costa en cualquier tipo de búsqueda espiritual o psicoanálisis.
Y un segundo tipo de fe, racional y humanista, en la cual el maestro no es de ningún modo superior que el alumno, el paciente, el iniciado o el buscador. En ella desde luego hay una transformación interna de ambos.
En el oriente antiguo se hablaba de “tragar al gurú”. En el sentido de olvidar al propio ego y a todo lo que se había aprendido en la vida previa, antes de conocer y encontrar al maestro adecuado.
Tragar al gurú significa permitir que el sabio o el más experimentado, literalmente penetre en la subjetividad de quien en verdad quiere aprender. Lo cual requiere un alto grado de fe real, y el riesgo de caer esclavizado, víctima de diversos gurús tramposos y sádicos.
Lo primero que enseña el verdadero gurú o el verdadero maestro, e a desaprender lo previamente adquirido. Que todo lo que nos dijeron, no era así.
En el hebreo antiguo se entendía por Fe algo muy distinto a lo que hoy en día. Fe significaba “firmeza”. Era más un rasgo de carácter, una cualidad de la gente poseía; un ángel o una orientación interior, voluntad, fuerza emocional y de personalidad. Según nos cuenta precisamente Fromm.
Hoy en día es sinónimo de mojigatería, borreguismo y sumisión absoluta a iglesias, sectas o instituciones cualesquiera.
Tragar al gurú, tragar al psicoanalista, en el correcto sentido, permite desarrollar una fe plena en los otros, en este caso en la figura del psicoanalista, quien junto con su paciente, se rehumaniza en el proceso de diálogo terapéutico.