Todas las ideologías de nuestros años jóvenes albergaban algún plan salvador que dominaría para siempre después de tan sólo otra guerra, tan sólo otra revolución, tan sólo otro new deal.
(ERIK H. ERIKSON –Infancia y Adolescencia)
(ERIK H. ERIKSON –Infancia y Adolescencia)
Antes de llegar a convertirse en psicoanalista se formó como pintor autodidacta. Era solitario, la mayoría del tiempo andaba sin compañía, cargando sus libros y sus dibujos en un portafolio de cuero. Siempre se resistió a las escuelas oficiales y a la educación formal. Más bien las evitaba por todos los medios.
Realizó largos viajes de días en bicicleta a través de Europa. Viajó pidiendo aventón, durmiendo a la intemperie bajo algún árbol o puente. También a pie: fue un buen caminante hasta sus últimos días, cuando ya vivía en Nueva York y había conseguido convertirse en un reconocido escritor-psicoanalista.
Su familia también era completamente inusual, su padre biológico fue un noble austriaco quien abandonó a su madre -de origen obrero- antes que naciera el niño.
Ella terminaría casándose con el pediatra que atendía al chico. Desde entonces Erik Erikson se sentiría como no perteneciente a ninguna parte: con lejanas, perdidas y conflictivas influencias aristócratas, a las que miraba con resentimiento y a la vez nostalgia.
Comportándose como un eterno adolescente, poseedor de una singular e inherente aristocracia del alma, como decía Fedor Dostoievsky. Sin identificarse del todo con el mundo proletario al que perteneció su madre, mucho menos sintiéndose parte del mundo adulto burgués de su padrastro médico.
Por eso elegiría no ingresar jamás a la universidad, y, en cambio, optaría por aprender de propia cuenta. De su decisión por el autodidactismo, acuñaría el término selfmade man, que utilizaría más adelante en sus obras para describir a las jóvenes generaciones europeas y norteamericanas, que se ufanaban de haberse formado y hecho a sí mismas. En contraposición a las conservadoras generaciones de padres y abuelos que les antecedieron. Deudoras irremediables de las exigencias de la sociedad y el deber ser.
Más tarde, en un artículo autobiográfico, Erikson confesaría haber encontrado en Freud, cuando lo conoció, a la mezcla de profeta, escritor, médico, revolucionario, patriarca, guía y salvador de la humanidad. La figura paterna de la que siempre careció en sus primeros años.
Erikson se autodefiniría como adolescente eterno e inevitable, adulto en lo necesario, también en lo imprescindible, lúdico infante, explorador y curioso de la ciencia, la vida, la cultura y el arte.
Desde una mirada psiquiátrica severa, podría haberse catalogado a este joven artista como antisocial, inmaduro e inadaptado.
Un buen candidato para internación en el manicomio, según el diagnóstico de pocos comprensivos y tradicionalistas médicos.
2
Comenzó a pintar y a dibujar por propia cuenta, sus únicos maestros los constituyeron las obras de los grandes artistas plásticos de todos los tiempos, a las cuales admiraba y analizaba detenidamente en cada uno de los museos de las ciudades por las que pasaba en sus prolongadas correrías adolescentes.
Por otro lado, tenía la ventaja de que le gustaba bastante la lectura, visitaba las bibliotecas públicas y se nutría principalmente de novela, ensayo, poesía y teatro. Con el tiempo descubrió obras más “serias” y “maduras”: textos filosóficos, de historia y de pedagogía. Así es que nunca, a lo largo de su vida, le faltaron buenos libros con los cuales alimentar su hambrienta imaginación y su creciente acervo cultural.
No sólo leía, sino que se atragantaba con grandes cantidades de obras que asimilaba en breves períodos de tiempo.
En el camino de su autodidactismo y su búsqueda independiente, llegaría a una escuela creada por Ana Freud, la hija del fundador y patriarca del psicoanálisis. La heredera del psicoanálisis lo elegiría al instante como profesor de pintura de los pequeños pupilos de su escuela. En aquella institución, Erikson descubriría que sus talentos intelectuales iban mucho más allá de la plástica.
Pronto, Ana Freud lo aceptaría como discípulo, invitándolo a sus seminarios, recomendándole lecturas y transmitiéndole la técnica psicoanalítica.
El joven artista tuvo que someterse a psicoanálisis didáctico, es decir, aplicarse el psicoanálisis a sí mismo antes de analizar a otros, bajo la guía de su maestra freudiana.
Así, con el tiempo, sin tener una formación universitaria de base, como se recomendaba e incluso exigía a los candidatos a ser psicoanalistas, Erikson terminó trabajando en psicoanálisis de niños, asesorado y avalado por la tutela de Ana Freud. En unos años se enfocaría también en el estudio de adolescentes y adultos.
3
La niñez se define por su necesidad de obtener seguridad, y que el infante adquiere, según Erik Erikson, de la relación sólida con los padres. O, contrariamente, le es legada en casos conflictivos, una inseguridad que le perseguirá por el resto de sus días. Haciéndolo dudar ante todos y por todo.
El adolescente lleva a cuestas el sino de la crisis de identidad. Debe descubrir quién es, o forjar a brazo partido, en una búsqueda dolorosa e incesante, lo que quiere llegar a ser.
Insertándose cada día en variadas y novedosas ideologías, cambiando de un momento a otro de perspectiva y forma de pensar.
La adultez debe permitirle al hombre y a la mujer conseguir una intimidad e integración sexual, aunada a la capacidad de comprender y solidarizarse con los demás. Ser capaz de conquistar y mantener a una (o unas –según) pareja.
Sin caer en egoísmos y narcisismos, los cuales serían un retroceso a etapas inmaduras de la infancia y la adolescencia.
En la ancianidad se debe conseguir, por encima de todo, la calma y la sabiduría, templada a punta de golpes y heridas cicatrizadas exitosamente.
Contrariamente, la enfermedad de la vejez la constituyen la desesperación, la parálisis psíquica y la inmovilidad, producto de tanto preocuparse y fallar en esfuerzos erráticos a lo largo de una existencia infructuosa.
Erikson padeció severas crisis durante su adolescencia. Se debatía, entre convertirse en un médico del Alma, como Freud y en cierta forma, un doctor como su padre adoptivo. O continuar el impulso artístico que guiaba su personalidad plástica hacia el dibujo y la pintura.
Al final, justo en la etapa adulta, luego de transitar dolorosamente por las crisis de identidad adolescente, gracias a los diálogos con su esposa, logro crear una poderosa y conciliadora síntesis. Se convirtió en un gran ESCRITOR-PSICOANALISTA.
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Según insistió Erikson a lo largo de su obra, no es sencillo precisar teóricamente qué es una persona adulta o cuándo consigue serlo.
¿Es adulta por haber contraído un matrimonio civil o religioso? ¿Por conseguir el poder adquisitivo para comprar una casa o auto? ¿Por poseer una cuenta de banco, un puesto en empresa o institución, un traje de etiqueta…?
La respuesta, para este escritor-psicoanalista, depende de la cultura, la raza, la biología, la lengua y su propio desarrollo individual. Mismos que ejercen fuertes variaciones e influencias según la geografía, las prácticas sociales, culturales y psicológicas. Pero también de las decisiones individuales que emprende cada quien para liberarse, madurar, o, contrariamente, continuar en el limbo de la inmadurez, los fanatismos y la dependencia.
5
En los años sesentas, en la prisión de San Quintín, un periodista norteamericano solicitó un permiso para ingresar a las crujías y entrevistar a tres jóvenes prisioneros políticos.
Habían sido arrestados durante una manifestación frente a Washington.
Al entrar a la celda de uno de los jóvenes activistas, un muchacho de color, de veintitrés años, algo llamó de inmediato la atención del reportero: el libro: Infancia y Adolescencia. De Erik Erikson. El cual constituía una de las lecturas de cabecera de los jóvenes revolucionarios, quienes esperaban para ser procesados por rebelarse contra el Sistema Político Norteamericano.
Negándose a toda costa a recibir la benevolencia del FBI y su dudoso perdón.
Constituían la encarnación de lo que Erikson fuera y escribiera pocos años atrás. Los Self Made Man.
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