Todo revolucionario auténtico es un
representante de la forma social pasada, de lo contrario no sería
revolucionario: la revolución ya estaría
hecha. Se olvidan de que el revolucionario debe, en primer lugar, cumplir la
revolución de una manera aparentemente
idealista en su propia persona, antes de llevarla al mundo de una manera
realista y plenamente consciente.
(IGOR
CARUSO – El Psicoanálisis: Lenguaje Ambiguo)
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Sus alumnos le apodaban Don Gato sin
que se diera cuenta, pero no lo hacían con ironía ni resentimiento, como ocurre
con otros profesores menos apreciados, sino todo lo contrario, con bastante
cariño. Le llamaban Don Gato por la nariz ganchuda que parecía elevar cuando
miraba a un paciente a quien psicoanalizaba, o cuando escuchaba a sus alumnos y
colegas en un seminario psicoanalítico, atendiendo a sus argumentos con sumo
cuidado, antes de rebatirlos y confrontarlos con otros mucho más eruditos y
fundamentados, o antes de apoyarlos y
enriquecerlos con su sabiduría.
Caruso se quedó al frente del Círculo
Psicoanalítico en Viena, que tenía relación directa y reconocía la paternidad
de Freud, después que los analistas judíos huyeran principalmente a los Estados
Unidos, Francia y el Reino Unido, perseguidos por los nazis. Aunque durante la
ocupación alemana de Austria, el psicoanálisis estaba prohibido, Igor Caruso
continuó estudiándolo, practicándolo con discreción y formando jóvenes
analistas de todo el mundo.
Luego de la liberación de Viena y tras
la derrota de Hitler, los psicoanalistas europeos fieles a la escuela de Freud
consiguieron reagruparse alrededor de la figura de Igor Caruso, puesto que para
entonces también existían ya muchas escuelas deudoras del pensamiento freudiano.
Algunas de ellas disidentes de las enseñanzas de Freud, otras en franca oposición al
patriarca, pero sin dejar de deberle demasiado todas, aunque lo negaran.
Don Gato fue de los primeros
freudianos en recibir estudiantes de América Latina: jóvenes psiquiatras y
psicólogos de Argentina, México, Brasil, Colombia acudían en oleadas hasta la
capital del psicoanálisis no sólo para estudiar en los seminarios del Círculo
de Psicología Profunda que Don Gato presidía, sino para psicoanalizarse bajo su
tutela.
Caruso provenía de una antigua familia
noble de Sicilia, emigrada luego a Rusia a inicios del siglo XIX y emparentada
con príncipes y condes rusos. Su padre fue secretario de la nobleza zarista y
su madre descendiente de aristócratas sicilianos. Gracias a sus relaciones, el
padre de Don Gato ocupo varios cargos como diplomático en España, Francia y
Alemania, por lo que desde niño tuvo la oportunidad de aprender muchos y
diversos idiomas, y desarrollar un poliglotismo natural. Luego de diferencias
con los zares y la nobleza, su padre se trasladó con su familia hasta Viena
dejando definitivamente su vida rusa, tiempo antes del estallido de la
Revolución de Octubre.
Se formó en Viena como psicólogo
infantil con intereses espirituales y religiosos, herencia de su familia
cristiana ortodoxa. Colaboró muy de cerca con jesuitas y teólogos protestantes
reformadores, quienes planeaban dar un giro al cristianismo en general, para
permitir a las iglesias una apertura hacia el evolucionismo de Darwin, el
psicoanálisis freudiano, las tesis de Teilhar de Chardin, de Carl Jung y de
Jean Piaget. Pero luego su pensamiento dio un giro intelectual hacia la
izquierda, incorporando el existencialismo de Jean Paul Sartre, los postulados
marxistas y las nuevas aportaciones de los teóricos sociales de izquierda como
Geoerge Lukacs y Adam Schaft.
Poco a poco, gracias a su propio
análisis didáctico, a sus lecturas de Marx, Engels, Sartre y Lukacs, se
modificó su actitud teórica y práctica, hasta llegar al convencimiento de que
el psicoanálisis no podía ser terapéutico ni revolucionario, mientras no
develara ni denunciara mediante la práctica analítica, el papel de las falsas
ideologías en los padecimientos mentales de los hombres modernos.
Su contacto con alumnos y pacientes de
Asia y América Latina lo sensibilizó enormemente ante las realidades del Tercer
Mundo y le hizo luchar por superar su eurocentrismo y acercarse a ésos otros
continentes. Las lecturas del pensamiento marxista le hicieron encontrar una
conexión natural entre las contradicciones de clase social de los hombres, y
sus padecimientos emocionales. De modo que para la mitad de la década de los
cuarentas, llegaba a la conclusión de que el objetivo del psicoanálisis,
apoyado en los avances del marxismo, la antropología, las ciencias sociales y
la etología, era el análisis y la crítica de las falsas ideologías que
enfermaban y alienaban a los seres humanos.
2
Caruso se aclaraba la garganta antes
de proseguir con sus seminarios, dirigidos a jóvenes estudiantes latinoamericanos
y europeos, bebía un poco de agua kina en una breve pausa. En esta ocasión
trataban el tema del inconsciente.
Sus alumnos lo escuchaban con un silencio expectante, a la caza de cada frase
que deshilvanaban sus palabras sabias y enciclopédicas.
Para Don Gato el inconsciente no era
tan sólo un inconsciente individual incluido en cada persona, como lo era para
los psicoanalistas ortodoxos, inspirados en el fisicalismo biológico de Freud,
sino que era el inconsciente, la energía sexual vital que animaba el
universo entero, del cual los seres humanos formaban apenas una minúscula
parte. Todos los seres vivientes, incluso los hermafroditas y aquellos
microorganismos que se auto-reproducían por bipartición celular, se encontraban
divididos entre lo masculino y lo femenino, en la necesidad de buscar su contraparte sexual opuesta, aquella
que les faltaba para complementarse. O de lo contrario, permanecer en el
aislamiento total y el no-desarrollo.
La vida en todas sus expresiones era
una lucha por separarse de los progenitores, padres y madres, por adaptarse a
su medio ambiente y trascenderlo. Pero también una búsqueda para complementarse
sexualmente con el otro. Los corales marinos machos que eyaculaban para que la
marea transportase su semen a sus correspondientes especímenes hembras ubicados
a lejanas distancias oceánicas, la reproducción de las plantas fanerógamas y
criptógamas, los peces, los reptiles, las aves, los mamíferos, el hombre. El
inconsciente era el patrimonio energético y biológico que animaba lo viviente y
lo no viviente en el universo entero, y lo guiaba caóticamente a través de la
cópula, el acoplamiento sexual en todas sus formas e intercambios, y el amor.
Para don Gato, al igual que para
Confucio, Buda, San Agustín y Freud, a quienes leía devotamente todos los días,
los sentimientos humanos se reducían si se les desnudaba hasta sus últimas
consecuencias, al miedo y el amor. Una manifestación de lo más
mundana y cotidiana de Eros y Tánatos.
Todas las formas de comportamiento humano se desprendían de aquellas dos formas
básicas de emoción. Era el miedo y el temor lo que llevaba a los hombres hacia
el crimen, la envidia, la esclavitud y la alienación. Era el amor el motivo y
el fin último de liberación y emancipación de todo ser viviente.
Caruso tomó sus ideas biológicas y
antropológicas del padre Teilhar de Chardin, el jesuita quien fue su mentor y
maestro. La evolución de la vida, contrariamente a lo que pensaba Darwin, no
dependía tan sólo de la adaptación pasiva al medio ambiente por parte de los
organismos, sino que era guiada por una finalidad superior. En cada estadio más
desarrollado y complejo de las especies, la vida se hacía más perfecta y a la
vez inacabada, para transitar nuevamente hacia una etapa de mayor
trascendencia.
La conciencia humana y el hombre eran
el triunfo de la evolución que había acercado cada vez a la vida misma hacia el
estadio máximo del Espíritu Absoluto. El
hombre era la personalización de ése último estadio, a la vez cercano al
Espíritu Universal y anclado en la tierra, un ser enteramente biológico pero
también cultural y social. Dividido entre elevados ideales de amor, y
destructivos sentimientos de egoísmo y aniquilación.
Pero Caruso no era creyente, su
propuesta no era teológica. Era por completo marxista, partidario de un ateísmo
místico, de un judeo-cristianismo crítico sin Dios. Precisamente el fin del
psicoanálisis para él consistía en ayudar a los hombres a liberarse de la
idolatría, de sus falsos Dioses para hacerlos plenamente responsables de sus acciones.
Despojarlos de sus falsas ideologías y sueños enfermizos que les trastornaban.
El hombre inventaba a Dios para justificarse, lo utilizaba para atribuirle sus propios defectos y
virtudes, engañándose al creer que sus más bajas actitudes y acciones eran
desviaciones de Dios. Atribuyéndole a Dios la intención de juzgar sus actos más
ruines, y en la pueril creencia de que sólo él le redimiría. Dejándole
perezosamente a Dios la tarea de su propia liberación, en lugar de iniciarla
como debía, por sí mismo.
Para Don Gato el triunfo del psicoanálisis consistiría
en hacer consciente al hombre de su lugar como especie biológica en la tierra y
el universo, al mismo tiempo que de sus contradicciones culturales y sociales
en las que se dividía. Despojado de las deidades que utilizaba para
justificarse.
Aquellos alumnos conservadores quienes
creían encontrar en Caruso al psicólogo cristiano, creyente, humanista e
ingenuo católico, sufrían un fuerte impacto. Los que buscaban al psicoanalista
freudiano ortodoxo, burgués y poco crítico se desconcertaban al igual que los
otros, al encontrar en Don Gato a un ateo-místico, quien utilizaba el método
dialéctico materialista de Marx, pero también
las categorías y técnicas freudianas del psicoanálisis.
Sus alumnos, quienes también tenían
que psicoanalizarse con él al aceptar asistir a sus seminarios de formación,
sufrían en el proceso analítico una transformación y conversión ideológica nada
ausente de dolor y traumatismo psíquico. Un psicoanálisis desideologizador.
Caruso afirmaba una y otra vez sin
cansarse, que el hombre revolucionario no podría serlo auténticamente mientras
no efectuara la revolución primero en sí mismo, liberándose de sus vínculos
incestuosos con la madre y el padre. Para luego aplicar plenamente la revolución
en el mundo. De lo contrario toda revolución sería pervertida y estaría
condenada al fracaso. La revolución acabaría esclavizando a los hombres en
lugar de liberarlos.
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