La paradoja no sólo puede invadir la interacción
y afectar nuestra conducta y nuestra salud mental,
sino que también pone a prueba nuestra creencia en la congruencia y,
por ende, en el sentido final de nuestro universo.
(PAUL WATZLAWICK –Teoría de la comunicación humana)
Lo semejante cura lo semejante.
(HIPÓCRATES)
Don´t cross the valley of dead.
(JEREMIAS –Citado por John Hillcoat en la película The Road)
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Algunos patrones, funcionarios, jefes y directivos no están de acuerdo con el hecho de que el empleado renuncie y se vaya por su propio pie de la institución que alguna vez le contrató de buena gana.
Pareciera que está mal visto que la gente haga las cosas bien y pueda concederse a sí misma el privilegio de decidir cuándo, de qué manera, a qué horas y cómo irse del empleo.
A veces es posible observar el gesto discreto de sadismo en la mirada del directivo, quien hará firmar su renuncia al trabajador, acosado previamente con toda clase de artilugios de la psicología terrorista: desde el silencio brutal y la indiferencia, las habladurías por debajo del agua; hasta la espera enloquecedora afuera de la oficina de su jefe. Así como el entorpecimiento malintencionado pero al mismo tiempo disimulado, de sus derechos como trabajador; incluyendo la retención de sus ingresos, escondiéndole los documentos y trámites que legítimamente le pertenecen y de los cuales probablemente viven él y su familia.
Algunos jefecillos quisieran tener siempre la iniciativa de ser ellos quienes corren al humilde subalterno.
Otras veces ni siquiera se le avisa que ya está fuera y no pertenece más a la institución de la cual come. (Alguna vez nos ocurrió –en una institución de presunta inspiración cristiano democrática, donde no éramos de ningún modo los primeros en ser “desaparecidos” de la nómina de profesores, sin razón alguna y sin haber ningún comunicado previo, ninguna despedida, ni por lo menos unas palabras que le indicaran a uno que se debía ir o que su presencia ya no era grata). Entonces uno se quedaba con la incómoda sensación de que faltaba por lo menos algo para llevarse y rumiar mentalmente durante su obligatorio duelo emocional, en lo que encontraba otra fuente de ingresos. Porque siempre sale otra cosa y ninguna vida termina con el despido o la renuncia a ningún empleo.
Con el fin de las instituciones no acaba de ningún modo la vida humana. Aunque una inmensa cantidad de individuos sienta que es al contrario, y por ello soporta las peores y más humillantes circunstancias, con tal de conservar cierta relativa seguridad.
Lo paradójico del asunto es la molestia implícita cuando no es el empleador quien despide al trabajador, sino éste el que le da una patada al primero. Pareciera, repetimos, que está mal trabajar bien y hacer todo lo que le corresponde a uno para mantener su trabajo. De tal modo, que haciendo bien las cosas, puede hacer uso de su libertad y un buen día alzar el vuelo y partir, justo cuando lo ha decidido.
Esto si es que la mente del trabajador está más o menos sana y ha conservado algo de cierta coherencia interna.
Una vez un triste funcionario educativo insultó nuestra manera de vestir y nuestra apariencia física cuando no tenía ninguna otra cosa que reprocharnos en el momento de despedirnos nosotros para siempre de él. Habíamos trabajado de manera excelente, en lo que al puesto desempeñado correspondía. Tal vez no a sus expectativas infantiles, desde luego. Estaba enfurecido de no haber sido él quien tomase la iniciativa de la separación, y no tenía mayores argumentos que los ataques personales y la descalificación de las apariencias y las formas.
Otra vez, más reciente, una directiva reaccionó con un berrinche que se vio sobre todo afectarle emocionalmente a ella más que a nadie, cuando le avisamos que todo el trabajo estaba a buen término, pero que ya nos íbamos para siempre de su institución. No sé si le habría dado más gusto que hubiéramos trabajado mal y por consiguiente tuviese ella los argumentos para que nos fuéramos. O tal vez a ella era a quien le pesaba quedarse en aquel triste trabajo.
Dicen que al término de cualquier relación afectiva le duele más al que se queda, al que es abandonado, que a quien está listo para partir e inequívocamente se marchará.
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La paradoja, desde el punto de vista de la psicología y la psicoterapia, consiste en una comunicación que es perfectamente clara en el sentido lógico racional, pero se contradice desde el punto de vista afectivo.
Miles de comunicaciones que vivimos cotidianamente poseen estas características: en las familias, en las instituciones laborales, religiosas, de gobierno, etc. “Sé tú mismo… Eres libre… Te puedes ir cuando quieras… Hay que ser institucional… Te amo… Sé independiente…. Trabajemos en equipo” Casi todos sabemos que estas comunicaciones, afectivamente, significan todo lo contrario.
Entonces, en un nivel que calificaríamos como lógico racional, la paradoja suena bastante coherente: el funcionario y el patrón indican todo el tiempo que debe trabajarse bien y serse institucionalmente correctos. El padre de familia o la madre comunican que el hijo debe hacer las cosas por sí mismo y ser independiente e irse algún día; también que le aman, desde luego. Y esto corresponde con lo que se espera escuchar de alguien con la envestidura de autoridad, trátese de los hijos hacia sus padres o los subalternos con sus jefes.
Pero aunque no nos lo crea nadie, existen tantos padres y madres que en el fondo, verdaderamente, no aman a sus hijos. Por algo existen la psicología clínica y la psiquiatría. ¿No creen?
En un nivel racional se le dice a alguien algo que no puede desobedecer de ningún modo, pero en un nivel afectivo, llamado por algunos como Watzlawick y Bateson como analógico, se le dice implícitamente todo lo contrario. ¿Cómo es posible decirle a alguien al mismo tiempo que debe a la vez obedecer y desobedecer, que debe hacer su trabajo bien, pero hacerlo mal para que le puedan correr cuando a las autoridades se les antoje; que se le odia, cuando precisamente se le está diciendo que se le ama?
Este tipo de comunicación que ha sido calificada como esquizofrénica, se encuentra muchísimo más enraizada de lo que usualmente se ve. Precisamente, todo está hecho para que nadie se percate de las contradicciones comunicacionales e institucionales que se pretende ocultar. ¿Cuántos “te quiero”, cuántos “todo va bien…”, cuántos “hagámoslo juntos”, significan exactamente lo contrario: “te odio, nunca podrás irte de mi lado, jamás escaparás de aquí”; “te exterminaré aún a pesar de que hagas todo lo que yo diga…”, etc.?
Gregory Bateson observó que la comunicación se da en diversos niveles, los cuales no siempre coinciden entre sí. Que es posible comunicar al mismo tiempo dos cosas que son totalmente contradictorias entre sí. Primero observó la comunicación sonora de delfines en el océano y de ahí saltó a estudiar la interacción entre los pacientes diagnosticados con esquizofrenia y sus madres. Le helaba la sangre de sorpresa el ir descubriendo que las principales causas de los trastornos mentales de los hijos se encontraban etiológicamente en el presunto “cariño” y en las “buenas” intenciones de sus madres hacia con ellos.
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Romper los efectos psicológicamente catastróficos de las paradojas enfermizas no es nada sencillo. Según los teóricos como Watzlawick, Bateson y Haley, la exposición prolongada a una comunicación afectivamente paradójica, de la cual no se puede escapar y a la cual no puede tampoco desnudársele sus verdaderas intenciones, tiene efectos mentales devastadores. La cordura y la coherencia de la mente y la personalidad de alguien están de por medio.
La propuesta de la teoría de los sistemas y del pensamiento complejo al respecto consiste en analizar los diferentes niveles de la comunicación y captar la contradicción y la insolubilidad de las paradojas. Reconociendo que se está atrapado en un laberinto de contradicciones que uno mismo alimenta y del que se es parte.
La vida plantea constantes e incesantes paradojas como a Edipo, a Jesús de Nazareth y a tantos otros: crecer o estancarse, desarrollarse o morir, etc.
En nuestra experiencia no basta tan sólo con el análisis y la comprensión intelectual de las contradicciones de la vida. Debe encontrarse la manera de penetrar en los niveles analógicos y afectivos propios para encontrar la solución a las paradojas dentro de uno mismo.
Pensamos que solamente encontrando las soluciones a las diversas contradicciones vitales por sí mismo es que puede salirse más o menos bien librado de la locura y la esquizofrenia.
Aunque a los jefes, los funcionarios y los padres de familia, paradójicamente les cause malestar el que uno parta y se desarrolle.