ALEJANDRO DE JERUSALEM EN UNA DISERTACIÓN
En el Silencio surge la Corporalidad: (extracto de una entrevista con Alejandro de Jerusalem en su casa)
Me gusta pensar mi vida de esta manera: ¿Cuándo comenzó mi vida? Mi vida comienza a muy temprana edad. Quizá a más temprana edad que la mayoría de los niños, quienes llevan una vida, digamos: “normal”. En mi caso me acontecen cosas muy fuertes. En un momento dado me veo fuera de mi pueblo natal que se encontraba en Israel. En un momento dado me veo viajando. En otro momento me veo en un silencio. El silencio no hace otra cosa que comenzar a sacar los elementos corporales, los cuales he llegado a desarrollar hasta la fecha, cuando realizo estudios sobre la corporalidad.
En mi infancia llevaba una vida en Israel, en un pueblito que se llama Hebrón, al cual tengo que abandonar por el empuje de los nazis. Se ha escrito tanta película y tanto libro sobre el Holocausto. Pero curiosamente, para mí, no se trata de una película, sino que es parte de mi realidad. Al huir, iba yo de la mano de mis padres, íbamos caminando por el desierto. Sin embargo, yo tenía que caminar por mi propio pié, aunque tenía dos años. Era un caminar que me daba madurez, porque era un caminar en vías de salvación. En vías de salvar la propia vida, en vías del rescate de mi propia personalidad y de mi propio pueblo. A pesar de que aparentemente era yo el que salía, en realidad salíamos miles a través del desierto. No sólo salimos judíos de Hebrón, sino de muchas regiones más de Israel. Todas estas vivencias me permitieron vivir una niñez, pues digamos, no tan infantil. Sin embargo, era un niño.
De ahí llego a España. Me topo con lenguas diferentes, con gente de características distintas a las mías, la mayoría eran judíos sefarditas. Por una parte vivo un choque al enfrentarme a pueblos diferentes y lenguas nuevas, por otro, se trata de un descubrimiento en donde aprendo demasiado de muchas culturas diferentes. Yo descubro el mundo muy tempranamente.
Desde joven tenía muchas “corazas” emocionales atoradas en mi cuerpo, y me las tuve que quitar. No había otra forma. Aún no era adulto, ni joven. Aún no había estudiado. ¿Cuál era mi única defensa como judío emigrado en un país extraño? Mi defensa era la espontaneidad. Eso me ayudó a ser espontáneo, me ayudó a aprender a tocar el violín tempranamente. A los siete años comencé a dar conciertos de violín, probablemente no era muy destacado, pero ya andaba en giras con otros músicos, tocando. Esto me enseñó que tenía el deber de lanzarme literalmente a la vida. ¡O te lanzas, o mueres!
A muy temprana edad desarrolle una conciencia de “existencia”, una conciencia de sobrevivencia. No era una conciencia discursiva, ni reflexiva. Era una conciencia que me llevaba a vivir, a caminar, a escudriñar el mundo. Desde entonces aprendí que no había que tenerle miedo al mundo ni a la vida. Desde la infancia guardo esta característica: me puedo ir a cualquier parte del mundo y puedo sobrevivir y adaptarme bien. Cuando llegué a México y Guadalajara no conocía absolutamente a nadie. Y ahora, aquí estoy, con muchos amigos y pacientes. Me puedo ir a cualquier parte del muyo, solamente con una maletita y me adapto a cualquier cosa. ¡A emprenderla!
Soy un niño a quien se le saca de su cuna por la influencia de los Nazis y se le arroja a caminar en el desierto. El desierto tiene una característica: no te puedes esconder en ningún lado. Todo es sol, arena, viento. Eres visible desde cualquier parte. Me veo obligado a huir a través del desierto. Estas vivencias marcan mi conciencia. Yo guardó todos esos elementos desde mi niñez e influyen en lo que actualmente trabajo: la corporeidad, el no-miedo, la necesidad de sobrevivencia como terapia, el concepto de ser capaz de enfrentar distintas situaciones. También me gané algunos miedos y traumas, puesto que nadie está exento de ellos y en realidad sirven para superarse. Más bien me castigaba a mí mismo, me regañaba mucho. Por un tiempo me castigué abandonando el arte: dejo mis estudios de violín y me dedico a estudiar otras cosas. Nunca lo olvidé, nunca me olvidé de él. Pero si cambié mi vida de violinista y me puse a estudiar otras cosas como filosofía y biología, también antropología y psicoanálisis.
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