Adan de Abajo

Desde la antiguedad los alquimistas intuían la presencia del OTRO YO, nombrándolo Adán de Abajo. El psicoanálisis más tarde lo bautizaría como Inconsciente.

viernes, 19 de octubre de 2012

Una Psicoterapia Mexicana Perenne


                                                              LA FILOSOFÍA PERENNE
No se le puede, ni se le debe exigir a todo el mundo asistir a psicoterapia. Aunque parezca que lo requieran.

            Existe aquel quien jamás se ha sentado en un consultorio terapéutico como paciente, y sin embargo, ejerce sin prejuicios el oficio de ayudar y asesorar a otros. Es respetable y posible, pero también cuestionable. Pensar que lo que hace uno es absoluto e irrefutable, y que no requiere de ningún modo la retroalimentación ni el punto de vista externo de colegas más experimentados, simplemente más objetivos por poseer una mirada externa y distinta a la propia. El ser humano crece a partir del diálogo, y la terapia es un ejemplo de diálogo con fines de auto observación. Para curar, permite asumir puntos de vista distintos y crecientemente amplios, a partir de salirse de uno mismo, superar el egocentrismo y asumir que existe el otro.

            En mis años de estudiante y en los periodos posteriores a la universidad, asistí con muchos y diversos terapeutas, representantes de los más variopintos enfoques: psicoanalistas, humanistas, constructivistas, ecologistas, etc. Cada uno sembró algo positivo y permanente en mí, que seguramente se refleja no sólo en mi persona, en mi vida cotidiana, sino también en mi trabajo como psicoterapeuta.

            Debo acumular, según mis cálculos, un background de cuando menos unos diez psicólogos y psicoterapeutas con quienes asistí en algún momento de mi vida para asesorarme sobre asuntos emocionales, personales o profesionales. De  ningún modo afirmo dogmáticamente, a partir de ello, que todo mundo tenga que asistir a psicoterapia de forma obligada. Pero sí soy defensor de que haya un compromiso de analizarse, revisarse a sí mismo y confrontarse sin piedad con la ayuda de un colega más experimentado: asistir a terapia pues, si se piensa dedicarse a ella y asesorar luego a otros seres humanos.

            Al primero de ellos a quien tengo presente, al pensar en mis principales maestros de la vida y terapeutas, es Víctor Fuentes. No era un psicólogo académico, como la gran mayoría, pero sí un gran psicólogo de la vida. Maestro de artes marciales en su juventud y de yoga. Llegó a la psicoterapia a través de sus lecturas autodidactas de Fritz Perls y de Richard Bandler, formándose como hipnoterapeuta y constelador familiar posteriormente.

            Víctor fue el primero que me permitió romper con la academia. Haciéndome dar cuenta de  cómo los años dentro de una universidad, primero como estudiante, luego como profesor, habían hecho mi vida más rígida y amurallada, lejos de volverme más libre y sabio como siempre anhelé desde el bachillerato, cuando soñaba con volverme escritor y combinar la escritura con la música y la terapia. A varios años de haberlo conocido y haber ido a su consultorio, me parece que con él fue con quien comencé a darme cuenta que el verdadero conocimiento se encontraba en todas partes, incluso en las calles, en el campo, en los mercados ambulantes y los barrios, menos en las universidades y las instituciones educativas. Del mismo modo, que al parecer, Dios, Jesús o Buda, se encontraban en cualquier lado, menos en las iglesias, templos y organizaciones que se autoerigían como dueñas absolutas de sus nombres y  enseñanzas.

            Quien me ayudó a romper con la “coraza académica”, a darle el tiro de gracia definitivo, fue Alejandro de Jerusalem. Antropólogo, yogui y psicoanalista, formado en la escuela de Erich Fromm durante los años sesentas y con Alexander Lowen en los Estados Unidos. Dedicado a combinar el psicoanálisis con la yoga, el Budismo Zen, la meditación y la enseñanza de la música. Nacido en Hebrón, Israel, ciudadano de España, de México y de Oriente Medio.

            Jerusalem fue quien mayormente me animó a tomar la decisión final de renunciar a mi plaza en la Universidad de Guadalajara, si es que en algún momento pretendía evolucionar emocional y espiritualmente, y aprender a vivir por mi cuenta, sobreviviendo con exclusividad de mis conocimientos como terapeuta independiente y escritor psicológico. Lo  encontré en el momento en que el conocimiento académico ya no me daba para más, el momento justo en que necesitaba dar un giro radical a mi vida. Coincidimos en plena calle, mientras él impartía sus clases de dibujo y violín en una plaza pública.

            Una psicoterapia mexicana perenne sería aquella que precisamente contribuyera a quebrantar las corazas, dogmas y creencias fijas que se le forjan a la gente a lo largo de años de pertenecer a una familia, asistir a una determinada escuela, universidad o iglesia. Desde la antigüedad, la finalidad de las filosofías y conocimientos perennes consistía en liberar a las personas de las ataduras familiares y sociales, en “desinstitucionalizar” a aquellos quienes desearan ser iniciados o convertirse en estudiantes de los  grandes sabios, curanderos, guías y chamanes.

            Desde las escuelas filosóficas más antiguas se hablaba de un proceso de purificación, que no consistía más que en la ruptura de los viejos esquemas para comprender el mundo, por parte del aprendiz. Proceso nada sencillo, de cualquier manera.

            He visto grandes y viejos terapeutas asumir humildemente, una y otra vez, a pesar de sus conocimientos y experiencia, el papel de pacientes, animándose a cambiar su visión de la vida, pese a sus años, ganándose mi admiración.

Con Alejandro de Jerusalem fui primero aprendiz de psicoanalista, luego paciente, y por último, estudiante de violín. Y ahí vamos.

           

 

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