Adan de Abajo

Desde la antiguedad los alquimistas intuían la presencia del OTRO YO, nombrándolo Adán de Abajo. El psicoanálisis más tarde lo bautizaría como Inconsciente.

jueves, 15 de marzo de 2012

EL PSICOANÁLISIS MEXICANO

                                                      INFANCIA Y SENTIMIENTO DE CULPA


Los años infantiles se han olvidado;
a pesar de ello nos quedan, como en las ciudades perdida,
restos que nos sirven para reconstruir su arquitectura.
(SANTIAGO RAMÍREZ –Infancia es Destino)



La labor del analista consiste en ayudar al analizado
a captar sus autoengaños, mostrarle sus defensas, hacerle consciente
lo inconsciente. Pero una vez realizado esto, el analizado tiene
que llevar a cabo el duro trabajo de decidir por sí mismo qué caminos tomar,
incluyendo caminos deplorables, caminos nuevamente cobardes,
o caminos opuestos a lo que sería el deseo del psicoanalista.

(RAÚL PÁRAMO  –Sentimiento de Culpa y Prestigio Revolucionario)


1.    Infancia es México
Así como en la primera infancia, en los meses posteriores al nacimiento, antes del año de edad, la imitación es el mecanismo primigenio con el cual el niño se hace de herramientas, conceptos y formas de acción novedosas para interactuar con el mundo, los primeros años del psicoanálisis en México (1950/1960…) son francamente imitativos con respecto a sus figuras de autoridad, sus padres y maestros (Freud, Adler, Ana Freud, Françoise Dolto, etc.). La imitación es la operación cognitiva preponderante hasta poco después del sexto o séptimo mes. Cuando las funciones neurológicas y psíquicas permiten no sólo identificar hasta cierto grado el propio cuerpo, sus límites, alcances, además de una coordinación creciente entre las manos, la vista, el oído, el cuello y la cabeza, con la observación, exploración y apropiación por parte del niño de su mundo circundante.  Es cuando el infante se interesa sobremanera en los adultos, quienes le rodean y con quienes convive, para comenzar a imitar sus gestos, palabras, ademanes e incluso actitudes. Volviéndolos suyos, para bien y para mal.

De ese modo, los primeros años del psicoanálisis en México son erráticos y dubitativos, sin una direccionalidad clara. Como en los primeros meses de vida del niño. Los primeros psicoanalistas toman, incluso plagian teorías y conceptos provenientes de ultramar. Voltean todo el tiempo hacia el Viejo Continente, también a Norteamérica. Parten de la psiquiatría, la filosofía, la neurología y la ginecología tradicionalistas, pasan por la fe ciega en las pruebas psicométricas y los tests mentales. Su intención es clara y noble hasta cierto punto: ir más allá del enfoque alopático de la medicina y la psiquiatría, preguntarse por las relaciones entre la mente y el cuerpo. Han sufrido en carne propia las limitaciones y la creciente miopía de los enfoques clásicos dominantes, los cuales miran al ser humano como una máquina a la cual debe reparársele cuando no funciona apropiadamente. Entonces, de pronto, descubren el psicoanálisis.

Santiago Ramírez encabeza la primera avanzada de psicoanalistas mexicanos. Es un neurólogo y pediatra poseedor de una inmensa cultura, misma que no se reduce de ningún modo a su campo de formación. Se gradúa en 1945 como médico por la UNAM, le interesa la psiquiatría, la neurología, también la literatura, la filosofía y la sociología. Autodidacta, melómano y amante de cualquier campo de conocimiento humano. Del mismo modo, tiene una poderosa inclinación personal hacia el alcoholismo y una biblioteca inmensa en la Ciudad de México. Comienza a adaptar las hipótesis freudianas a la realidad de su país. Lo mismo merecen su atención el estudio  de la adolescencia, el pandillerismo en el Distrito Federal, la depresión post-parto, las relaciones madre-hijo en México, que la psicología y la identidad del pueblo mexicano. De ahí surgirá su texto clásico: El Mexicano: Psicología de sus Motivaciones, referente obligado para cualquiera que desee conocer la historia de los estudios de la identidad de nuestro pueblo.

Tiene el mérito de realizar investigación psicoanalítica sobre problemas y contextos reales, donde hasta entonces ningún psiquiatra ni psicólogo había volteado: los manicomios en México, los partos de las mujeres en hospitales públicos, la delincuencia, las adicciones, el arte, la sociedad mexicana.

Ramírez, como miembro de la etapa imitativa del psicoanálisis en México, es decir, del periodo infantil del psicoanálisis en nuestro país, se identifica terriblemente con las hipótesis del Freud más joven, aquel que explica la personalidad adulta y sus trastornos, retrotrayéndolos o reduciéndolos a las vivencias de la infancia. Precisamente así se intitula otro de sus libros más fundamentales para la historia del psicoanálisis y la psicología en México: Infancia es Destino. Presuponiendo que las experiencias, placenteras o traumáticas de la infancia, conllevarán OBLIGATORIAMENTE el moldeamiento y una influencia determinante, total sobre la vida adulta y sus desviaciones. Escribimos esta palabra con mayúsculas, porque así lo entiende el propio Ramírez y aún hoy en día muchos psicoanalistas ortodoxos, cayendo en un reduccionismo de la personalidad adulta a la infancia, comprensible hasta cierto grado por el período histórico en que Santiago Ramírez leyó y aplicó a Freud, pero aborrecible cuando lo escuchamos o leemos de parte de actuales psicoanalistas hoy en día, a casi cincuenta años de la publicación del libro del doctor Ramírez, y varias décadas más de la época freudiana. Como si los estudios en psicología del desarrollo, epistemología genética y neuropsicología evolutiva no hubiesen aportado datos de sobra acerca de la complejidad del desarrollo y la evolución humana. De modo que podamos hoy en día cuestionar y desmembrar cualquier reduccionismo simplista entre edad adulta e infancia.

Comprensible hasta cierto punto, el período de infancia del psicoanálisis en México destaca por su tendencia a la imitación, al tomar prestadas las primeras teorías del freudismo y calzarlas de manera forzada en las realidades sociales de nuestros entornos. Ajustándolas con mucho esfuerzo, cual corsés de talla chica en dama con sobrepeso.

Caso semejante es el de Samuel Ramos, filósofo mexicano, contemporáneo a Ramírez y cuyo clásico: El Perfil del Hombre y la Cultura en México, también resulta imprescindible para todo aquel que desee adentrarse en los debates sobre la mexicanidad y la psicología de dicho pueblo. Ramos es un referente, junto con Santiago Ramírez, empero, a nuestro juicio, no elude ni por un momento un reduccionismo semejante o más profundo incluso, que el del médico: adoptar literalmente la hipótesis del complejo de inferioridad de Alfred Adler, para concluir un tanto simplista y aún más reduccionista, que el mexicano es un ser acomplejado, edípico, quien gusta de ahogar con bromas y embriagueces, sus penurias, amén de sentirse ofendido sobremanera cuando le insultan a su madre.
Algo tienen de verdaderas y rescatables sus hipótesis. No negamos muchas de las intuiciones del profesor Ramos como bastante acertadas y penetrantes. El problema estriba en las generalizaciones excesivas y las explicaciones causales simplistas. Reducir toda la mentalidad de un pueblo y una sociedad a un fenómeno psicoanalítico como lo es el complejo de inferioridad. En ello coincide perfectamente con el doctor Ramírez y acomodan ambos, a nuestro criterio, en la etapa que nosotros llamamos como la infancia del psicoanálisis en México. Un estadio de su desarrollo, imitativo y reduccionista.

2.    Adolescencia, Culpa y Revolución.
Para los años sesenta, los movimientos estudiantiles y democráticos de todo el mundo no dejan de influir tremendamente en el desarrollo y la llegada de nuevos aires psicoanalíticos a México.
A nuestro juicio, dos figuras del psicoanálisis europeo son sustanciales hacia finales de los sesenta e inicios de los setenta, como imágenes parentales guías y de referencia, en el periodo de la adolescencia psicoanalítica en México. Se trata de Igor Caruso y Erich Fromm. Con ellos estudiarán y se formarán una serie de analistas mexicanos que en ese entonces andan entre los veintitantos y los treinta y tantos años de edad.
La adolescencia se caracteriza por una parte, todavía, en imitación, que puede ser un tanto ciega. Por otra, en una búsqueda de la propia identidad y del sí mismo que puede caer en la rebeldía, el desprecio por lo tradicional, lo clásico y lo conocido, hasta las críticas violentas y los actos de rebeldía. Es contradictoria, pues al mismo tiempo que retoma algunos elementos de la generación anterior, se rebela de ella y se dedica a atacarla, aunque tampoco puede prescindir de ella. Sintiéndose culpable al violentarla, al mismo tiempo que no puede dejar de rebelársele.
Los psicoanalistas de esta generación participan en movimientos sociales, en protestas y organizaciones democráticas, incluso en guerrillas. Hay una búsqueda del lado revolucionario del freudismo, en ocasiones justificado y en otras estirando la obra de Freud hasta querer encontrar subversión en donde no la hay, cayendo en la terquedad. Nos parece que efectivamente la obra freudiana posee aspectos bastante revolucionarios aún hoy en día, pero también otros conservadores y reaccionarios.
Con la ayuda y guía de Caruso y Fromm, el psicoanálisis vive en nuestro país una importante renovación, se rompe su ortodoxia y se vuelve aún más crítico. La postura de ambos autores y psicoanalistas, aunque con sus diferencias, logra empalmar acertadamente el pensamiento materialista dialéctico, el marxismo y el psicoanálisis. Vinculando el inconsciente, el desarrollo de la personalidad con la cultura y la sociedad.
Parte de la adolescencia consiste también en la pose. Los psicoanalistas de aquella época y los de hoy en día que aún no transitan de la adolescencia hacia la adultez del psicoanálisis en nuestro país, gustan sobremanera del exhibicionismo, de mostrarse a sí mismos y ensalzar al ego, volviendo al psicoanálisis un objeto de moda y presunción. Alejándolo de su primordial objetivo, que es la crítica cultural, social y la práctica clínica. O haciéndola, pero con fines narcisistas ocultos. Nos preguntamos acerca de si el ser psicoanálisis deba ser sólo un lujo y un privilegio, exclusivo de los privilegiados –valga la redundancia-, volviendo al analista semejante a una figura de farándula, o si el psicoanálisis más bien deba implicar un compromiso social y humano.
Caruso forma a varios de los analistas que luego formarán parte de la adultez del psicoanálisis en nuestro país: Raúl Páramo, Armando Suárez, bajo una perspectiva abiertamente freudo-marxista, por demás interesante y novedosa por aquel entonces. El psicoanálisis de Fromm más bien es una psicosociología, que de ningún modo está divorciada de la práctica clínica, pero tiende mucho más hacia convertirse en una teoría crítica social. Fromm incluso se vendrá a vivir a México para impartir clases, seminarios y realizar investigación. Cada uno de los libros de estos autores sigue hablando y diciendo muchísimas cosas importantes aún hoy en día.
3.    La imitación es Mito.
Toda operación o acción de imitar conlleva un algo grado de mito, en el sentido de repetir historias, anécdotas, palabras, conductas y conceptos ya dichos o realizados por otros. Los mitos se repiten hasta el hartazgo, al punto en que pierden su conexión con la verdad y con su fuente original.
Así operó y probablemente en buena medida procede el juicio de algunos psicoanalistas mexicanos actuales, anclados en el periodo de infancia del psicoanálisis en México o de su adolescencia. Tomando prestadas verdades, teorías e hipótesis y ajustándolas de manera forzosa, incluso violenta a la realidad mexicana. El imitador corta y pega. Corta, plagia, toma prestado y roba fragmentos de realidades pertenecientes a contextos lejanos. Tiene la facultad de mostrarlos con la vestidura de la novedad y la originalidad, cuando en realidad no posee  bajo su manga más que un collage de fragmentos hurtados en diferentes partes y fuentes no reconocidas.

La imitación es necesaria y natural en la infancia y parte de la adolescencia. Empero, la adultez debe caracterizarse por la búsqueda de la originalidad en sí mismo y no afuera. El encuentro de las ideas propias y la construcción de la verdadera identidad.
El psicoanálisis en México debe llegar a un estadio de la adultez, el cual a nuestro criterio aún no está próximo.

Para convertirse en verdaderamente adulto, el psicoanálisis debería romper con cualquier tipo de escuela, institución o burocracia. Nos parece que la institucionalización de los psicoanalistas o su pertenencia a cualquier burocracia de iniciativa privada, universitaria, educativa o de salud, obstaculiza la verdadera madurez de los analistas. Manteniendo a los analistas en el subdesarrollo afectivo e intelectual. Al institucionalizarse, o al anexarse a diversas burocracias los psicoanalistas, el psicoanálisis pierde su carácter liberador y subversivo del ser humano.

miércoles, 7 de marzo de 2012

LA MUERTE DEL OBSERVADOR

JIDDU KRISHNAMURTI

Han de crear ese orden en sí mismos.
es lo primero que deben comprender,
que no pueden pedirle nada al otro,
excepto la comida y el techo.
no pueden pedirlo ni esperarlo de nadie,
ni de sus dioses, ni de sus gurús.
 Nadie puede darles libertad y orden.
Así es que deben descubrir cómo producir ese orden dentro de ustedes.

(JIDDU KRISHNAMURTI –La Educación)

1
Casi siempre sus escuchas y seguidores eran extranjeros, más que nada de origen europeo o norteamericano, los menos consistían en orientales de castas elevadas y clase social alta. Principalmente indios, nepalíes, chinos y sirios provenientes de familias acomodadas.
Ese verano lo pasó en el norte de la India, en un valle empobrecido donde se elevaban penosamente una serie de chozas de campesinos demasiado humildes: criadores de búfalos, cultivadores de arroz e índigo.
A pesar de su austeridad y de lo famélico de sus habitantes, la belleza de los bosques y campos en derredor era fastuosa.
En el centro del valle, al pie de unas montañas bellísimas, se erigía una escuela para niños y adolescentes sustentada por una fundación que llevaba su nombre. Tal como él lo señalara al inicio de sus charlas ese día, hace más de cincuenta años que  visitaba aquel lugar, desde mucho antes de convertirse en un popular orador de  nivel mundial, guía espiritual y maestro. Cuando era apenas un pre-púber  de clase baja que jugaba en las playas y bosques de la India sin preocuparse por nada. Poco antes que los miembros europeos de la Sociedad Teosófica lo encontraran vagando en la costa y creyeran ver en su presencia infantil, la reencarnación del nuevo mesías.
 No pasaría mucho antes de que los decepcionara, disolviendo aquella pretensiosa sociedad, donando sus cuentas bancarias a las familias más necesitadas de India y dedicándose para siempre a la reflexión independiente y a la prédica por completo libre de todo credo, iglesia o institución. Decisión que lo convertiría en uno de los personajes a la vez más peligrosos e influyentes del siglo XX. Como él mismo lo señalara: no existe peor enemigo del sistema que aquel que no necesita del propio sistema: quien ha conquistado su libertad interior.
Pero hoy su público constaba principalmente de niños indios, tibetanos y nepalíes, algunos que otros occidentales, asistentes diarios de la escuela fundada bajo su nombre y enseñanzas.
Causaba un fuerte contraste contemplar a los estudiantes bien alimentados y de buen color, aunque también indios en su mayoría, quienes contaban con el privilegio de recibir una buena educación inspirada en la filosofía de vida del maestro que hoy les hablaba, además de sus infaltables tres comidas. En comparación con los escuálidos campesinos, quienes se afanaban desesperados por conseguir el sustento diario para su familia.
Aquella escuela en el Norte de la India estaba financiada con presupuesto de la ONU y de diversas organizaciones europeas sin fines de lucro. Krishnamurti viajaba periódicamente desde su casa en el Desierto de Mojave, en los Estados Unidos, hasta su natal India para dictar conferencias regulares a estudiantes y docentes. Cerciorándose  que en verdad se alentara en aquella institución, no sólo el desarrollo del intelecto, sino el de un espíritu sano, criado en la tolerancia, la sencillez y la pureza interior.
2
Aquella mañana uno de los más jóvenes asistentes lo increpó, sin ningún temor, con una sola pregunta de lo más directa:
“¿Porqué queremos vivir…?”
Su interlocutor tenía apenas seis años.
El resto de los estudiantes y docentes estallaron en risas, mofándose de la candidez del chico, pero molestando sobremanera al maestro con sus burlas.
Este tipo de preguntas que no buscaban darle vuelta al asunto principal y que no se perdían en laberintos ni pretendían ensalzar un ego falso, carentes de toda malicia y presunción, eran las que más gustaban a Krishnamurti. Por ello confrontó al resto de su público, rescatando y valorando en justa medida la intervención del niño.
Le dolía muchísimo que un niño tan pequeño, casi un bebé, se preguntara la razón por la que los hombres quieren vivir. Si alguien hacía esa pregunta, señaló Krishnamurti a sus numerosos escuchas, sobre todo de acuerdo a su corta edad, era porque ya desde entonces le parecía que la sociedad mostraba a sus miembros más jóvenes sus lados más bestiales y monstruosos. Que un niño tan pequeño percibiera el sinsentido de la vida era una cuestión grave, de suma preocupación.
Otros niños lanzaron entonces nuevas preguntas:
“¿Cómo puede acabarse con la violencia, la guerra y los males del mundo…?”
Pregunto ahora otro, unos dos años mayor que el primero.
“Debe eliminar la violencia y el mal que hay en usted mismo. Uno no puede arreglar el mundo ni a los otros si no se ha vuelto él mismo un ser realmente pacífico en primer lugar…”
Respondió Krishnamurti.
Ahí estaba gran parte del núcleo de sus enseñanzas. No era posible buscar ningún cambio en lo exterior, ni político, ni religioso, ni revolución social alguna,  mientras no se procurara un cambio interior primero. Es lo más fácil voltear hacia los males externos, los errores de la sociedad y de los otros. Señalar las desviaciones y vicios de los demás. Lo más arduo y difícil es acceder hacia el interior de uno mismo y erigir un orden interno. Percatándose de las propias bajezas, asumiendo las contradicciones con el corazón. Empero, sin esta calma y paz personales previas, no es posible pensar si quiera en un mundo distinto.
Sin la revolución interior, todos los cambios y movimientos sociales estarían destinados a fracasar o convertirse en potencialmente más nocivos que los regímenes u órdenes viejos a los cuales pretendían desbancar para imponerse.
3
Krishnamurti recomendaba en primer lugar ser capaz de borrar al Yo, al Observador incesante del Ego, que lo analiza, reflexiona y categoriza todo de manera sistemática. ¿Es posible eliminar al Observador imparable que vive dentro de nosotros? Se pregunta el maestro indio.
Cuando somos capaces de perdernos y dejarnos absorber por nuestras actividades más sencillas y vivificantes: descansar en un jardín, contemplar la tarde, escribir, cantar, dibujar, acariciar a otro ser: sea animal o humano. Sin estar más que simplemente realizándolas, olvidándose del Ego analítico, del Observador, fusionándose sencillamente con las cosas del mundo, sus sucesos y fenómenos. Entonces se capta algo fundamental de la existencia: la no diferencia entre nosotros y el mundo.  Entonces se está bastante cerca de experimentar aquello que se conoce como la verdad, dios o lo que sea que está más allá de lo personal.
4
Cuando llegó la tarde, a la hora de comer, el maestro se sintió algo acongojado y triste. Pensó en todos aquellos jóvenes, niños y entusiastas profesores antes de despedirse y mirarlos por última vez ese día. ¿Cuántos de ellos no perderían su ánimo y vitalidad en breve tiempo, cuántos no eran ya ancianos por dentro, a pesar de contar apenas con poca edad, debido a la ambición de éxito, a la búsqueda de reconocimiento y ascenso social, a la cual contribuían los sistemas educativos tradicionales con su adoctrinamiento?
Alguien le hizo una última pregunta, muy certera y precisa, bastante ad hoc con sus últimas y silenciosas reflexiones. Era una niña:
“ ¿Porqué tememos la muerte…?”
“Tememos a la muerte física, porque en el fondo nos aterra la muerte del Ego, que es el fin del dejar de pensar. Si pudiésemos silenciar al observador o al Ego, no temeríamos la muerte, porque conoceríamos desde antes la eternidad… Veríamos que la muerte no existe…”
Respondió el maestro, sereno.
Al finalizar la última sesión de preguntas, los chicos corrieron porque era la hora de la comida. Olvidándose de sus enseñanzas por el momento.
Krishnamurti contempló las montañas y los bosques que rodeaban la escuela. Un silencio sin nombre lo regocijó, siendo su principal alimento de aquel día.


ENEAGRAMA: LOS NUEVE ROSTROS DEL SER




Un verdadero percatarse de lo que hacemos y de cómo y porqué lo hacemos transforma nuestras respuestas obsoletas en idioteces que probablemente caigan por el camino o que pierdan poder sobre nuestras intenciones esenciales.
(CLAUDIO NARANJO –Carácter y Neurosis)


1.
El médico, mago, terapeuta y maestro de danzas griego conocido en el mundo esotérico y psicológico como Gurdjieff, solía decir que cualquiera que se encontrase por completo solo en el desierto, extraviado, acosado por dudas, temores y cuestionamientos, podría trazar en la arena un esquema del eneagrama. Entonces encontraría las respuestas a todo lo que le aquejase. Pues su estructura geométrica contendría todas las posibilidades de combinaciones situacionales y personales del universo.


            Del eneagrama se desconocen sus orígenes, más poco aún de su historia. Quien primeramente lo introdujo en Occidente fue el propio Gudjieff: médico, mago y escritor ruso-armenio. Presuntamente en el año 1900, tras una larga búsqueda espiritual, recorriendo y contactando con antiguas escuelas herméticas, adquiriendo conocimientos iniciáticos y ocultos, Gurdjieff se acerca por fin a lo que anda buscando. Al norte de Afganistán es guiado a través del desierto por cuatro jinetes, con los ojos vendados para que no pueda rebelar posteriormente la ubicación geográfica de una antigua ciudad abandonada. Ahí entra en contacto con una milenaria hermandad persa, cuyos orígenes datan del 2500 antes de Cristo. Contaba veintiséis años de edad. En el monasterio Sarmung le son transmitidos los conocimientos que luego conformarían las enseñanzas del Cuarto Camino, incluidos los referentes a danzas sagradas y al propio eneagrama. Gurdjieff condensa las enseñanzas adquiridas de la hermandad Sarmung y las adapta a su estilo personal, combinándolas con otros aprendizajes recolectados a lo largo de sus viajes por el Cáucaso, la Ruta de Seda, Tíbet y todo Medio Oriente. Más tarde las llevará a Europa, comenzando por San Petesburgo, Paris y luego los Estados Unidos. Sus discípulos y seguidores continuarán la difusión de las enseñanzas del maestro tras su muerte.
2.
El eneagrama es una estructura geométrica que contiene en su interior nueve puntos que a la vez se encuentran y alejan. Cada uno representa una de las facetas del Ser. Un número del 1 al 9, conteniendo cada cual sus propias características y singularidades. El eneagrama desató rabiosas polémicas. Los católicos y cristianos conservadores lo rechazan por promover un cristianismo esotérico, aunado a la difusión de una interpretación libre, mágica y espiritista de los evangelios. Algo opuesto a la intensión de una buena cantidad de instituciones cristianas, quienes buscan mantener una interpretación ecuménica, por no decir única u oficial de las Sagradas Escrituras. Los psicólogos académicos por su parte cuestionan los fundamentos teóricos y orígenes del mismo, todo lo que suene a esoterismo y ocultismo es contemplado desde la psicología académica con desconfianza, a veces con razón, otras sin tenerla tanto.


            Claudio Naranjo en su libro Carácter y Neurosis realizó un importante esfuerzo por fundamentar la relación de cada una de las nueve personalidades que conforman el eneagrama con algunas tipologías de personalidad modernas de la psicología y la psiquiatría. El psiquiatra chileno utiliza el eneagrama como técnica de autoconocimiento apoyada en enfoques gestálticos y psicoanalíticos, brindando una legitimidad (por demás innecesaria, pero útil) al eneagrama frente al mundo académico y universitario. Los seres humanos encarnaríamos alguna de las nueve personalidades o eneatipos, o combinaciones de ellas. En este sentido, lo que se propone desde la psicología de la gestalt en la que hábilmente se mueve Naranjo, no es la búsqueda de la modificación de los rasgos de personalidad reconocidos como “indeseables”, “problemáticos”, “insanos” o “patológicos”. Sino la búsqueda de la auto-comprensión y la auto-observación.


       En la línea de las enseñanzas del Cuarto Camino propuesta por Gurdjieff, Naranjo utiliza el eneagrama para observar las reacciones propias, principalmente en los periodos de crisis o conflicto personales. Es en las etapas de crisis humana donde emergen los rasgos de carácter, muchas veces perversos y malignos, que habitualmente permanecen bajo las diversas máscaras que utilizamos, para hacernos pasar por buenos, deseables, ingenuos, seguros, sabios y perfectos. No se pretende de ningún modo buscar quitar, retirar o modificar los rasgos de carácter identificados con alguna de las nueve personalidades, como sí ocurre en otros modelos psicológicos.  Contrariamente, se plantea la observación serena, fría y objetiva de uno mismo. El sufrimiento y las épocas de crisis, cambio y quiebre de la vida, serían los momentos oportunos para observar las propias reacciones de carácter. Se presupone que la simple observación de uno mismo y del propio sufrimiento, sin juzgarse ni pretender cambiar nada, tal cual, serviría para abandonar, tarde o temprano, sin proponérselo como un objetivo consciente, los patrones enfermizos y nocivos con los que nos relacionamos. Develando las máscaras con las que nos disfrazamos en vano de seres maduros, fuertes y buenos.


            Lo idóneo según la propuesta psicológica del eneagrama sería la observación serena y distante de uno mismo, aunada a un imprescindible anhelo de convertirse en mejor persona. Sin forzar en lo absoluto ningún tipo de cambio, iluminación o modificación del carácter.
3.
Cada número, como se indicó arriba, correspondería a un tipo o arquetipo de personalidad con los propios rasgos y particularidades. A continuación se presentan los nueve eneatipos sin seguir un orden numérico ordinario, sino la sucesión numérica asignada por Claudio Naranjo:


  1. La Personalidad Uno es denominada como Ira y Perfeccionismo, las personas que coinciden con ella se caracterizan por la ausencia de espontaneidad, un enojo inconsciente, por demás difícil de reconocer pero vertido sobre los demás, disfrazado de una máscara de perfeccionismo y virtud. El mojigato típico.


  1. La Personalidad Cinco se contiene y reprime a sí misma demasiado. Es tacaño y avaricioso, se le dificulta expresarse. Antisocial, reservado, carente de humor. Aparenta adaptarse y aceptar a las personas, pero en el fondo se reserva y contiene. Se comporta en muchas ocasiones como miserable, con temor a perder lo poco o mucho que posee.


  1. La Personalidad Cuatro: Envidia: Es por demás envidioso y frustrado. Tiene una imagen de sí mismo idealizada, a la que no logra adaptarse, causa mayor de sus sufrimientos. Pues no corresponde su manera de ser y lo que en realidad tiene, con lo que considera debería ser y tener. Es acosado constantemente por sentimientos depresivos y conmiseración. Se compara constantemente con los demás.


  1. La personalidad Ocho: Sadismo y Lujuria: Es caracterizado por la búsqueda constante del exceso, como señala Naranjo, no sólo a través del sexo, sino de la saturación de todo tipo de estímulos: comida, diversión, alcohol, etc. Tiende al sadismo, en ocasiones a la crueldad hacia los otros.


  1. Personalidad Siete: Gula, Fraudulencia y Narcisismo: Es un glotón, se acerca a los demás mediante los buenos modales y las palabras bien pensadas. Tiende a creerse sus propios sueños o a vivir de ellos vendiéndoselos a otros. Confunde a menudo el placer con el amor: causa mayor de su sufrimiento. Buscador de lo remoto y lo curioso.


  1. Personalidad Dos: Orgullo e Histeria: El orgullo es el peor de los pecados capitales. Tiende a elevarse a sí mismo a tal grado de resultar agresivo. Tiende a alabar a aquellos que pueden satisfacer su orgullo y desprecia a aquellos que se niegan a alimentárselo. Puede ser tanto dulce como agresivo, dependiendo si se le complace o no.


  1. Personalidad Tres: Vanidad, Inautenticidad y Mercantilismo: Se preocupa demasiado por la propia imagen. Tiende a ser alegre, pero también simula demasiado sus propios sentimientos. Puede llegar a valorarse a sí mismo y a sus relaciones con los otros como productos a la venta.


  1. Personalidad Seis: Cobardía, Paranoia y Acusación: Predomina en él el miedo y la ansiedad, se culpa demasiado a sí mismo. Es paralizado por el miedo en importantes momentos de decisión. Sumamente desconfiado, tiene a pensar en conspiraciones en su contra.

    9. Personalidad Nueve: Inercia Psicoespiritual y Sobreadaptación: Apático, perezoso mental, abnegado. Teme mucho a conocerse a sí mismo, lo horroriza la introspección, tiende a ser religioso, pero en el sentido del fanatismo mas no del misticismo. Es perezoso y evita el conflicto en lo posible. [1] 
4.
Los psicólogos y antropólogos relativistas evitarían al máximo y se escandalizarían ante la idea de establecer una lista de tipos universales de personas. La afirmación de que cada cultura tiene su autenticidad y singularidad propia, y que cada ser humano en sí mismo es único y distinto a los demás tiene su valor innegable. Según ellos nadie es igual al los otros.

            Pero también poseen bastante valor la búsqueda de lo que unifica no sólo a las distintas sociedades y culturas del planeta, sino lo que pueden llegar a tener en común los individuos. Independientemente de su edad, tiempo histórico y lugar de vida. La consiguiente búsqueda de lo que hay de universal en los hombres pese a las distancias geográficas, históricas y culturales es igualmente válida. El establecimiento de nueve tipos de personalidades y su uso para el autoconocimiento se convierte en un esquema que busca precisamente establecer lo que hay de universal y común en los hombres, a pesar de diferencias de tiempo, espacio, experiencia y cultura.

            Si el eneagrama proviene de un conocimiento acumulado y condensado por una cultura persa de hace cinco mil años, el cual ha atravesado eras de paganismo, cristianismo, pecados capitales, tecnología, cultura global, llegándonos al presente y haciéndonos sentir aludidos, entonces aún tiene mucho que decir. ¿Qué tienen en común los pecados capitales, los cuentos de hadas, las profecías de Zoroastro, las búsquedas de Gurdjieff, el psicoanálisis, las enseñanzas de Jesús, el existencialismo y el anhelo por convertirse en mejor persona? Al leer hoy la literatura de las antiguas civilizaciones, o admirar una película inspirada en ella: el drama de Edipo, las aventuras de Gilgamesh, la Odisea de Ulises, la batalla del Rey David, seguimos identificándonos con el héroe, asqueándonos ante las vilezas del carácter y las acciones de los villanos más antiguos. En realidad proyectándonos sobre ellas o identificándonos. Suspirando de alivio cuando los héroes y protagonistas salen airosos, las damiselas son salvadas y es resuelta la trama de una milenaria historia. La búsqueda de lo universal en lo humano tiene, al igual que la de lo único y singular, un valor de uso y reflexión de suma actualidad. Cada que el conflicto narrativo de un cuento o una historia se resuelven, al leerlos o al escucharlos, algo se resuelve también en nosotros. El eneagrama parte de una búsqueda de lo universal en lo humano, un mensaje proveniente de tiempos muy antiguos combinado con los avances de la psicoterapia y la psicología.











[1] Naranjo, Claudio. Carácter y Neurosis. Ediciones La Llave D. H. España. 2007.