LA DIOSA DEMÉTER CON EL DRAGÓN
Para ELLA.
1
En los inicios Dios era mujer.
Hubo un tiempo, muy prolongado, en que ella reinó sobre el mundo.
Más luego se ordenó que su nombre fuera olvidado, borrado de la memoria de los hombres y los pueblos, de los lugares sagrados donde alguna vez le rindieron culto.
No de los templos ni lar ermitas, porque ella siempre eludió habitar en construcciones suntuosas o en complejos arquitectónicos acorazados. Ella prefería los ríos, los lagos y los bosques para comulgar con sus hijos.
Su imagen femenina, sensual y curvilínea, fue extirpada de los ritos antiquísimos. Sustituida por un dios macho, asexuado, patriarcal, barbudo, solemne y prepotente. El cual promovió la esclavitud y ordenó erigir catedrales y basílicas en su nombre.
Ella era la encargada de la fertilidad: ayudaba a las mujeres a llevar su embarazo hacia buen término, acompañaba a los hombres en las cacerías, les indicaba la manera de domesticar a los perros y los caballos. Les dictaba, mediante sus signos sutiles, cuándo cultivar la tierra, cuándo prepararla y el momento adecuado de cosechar sus frutos para alimentar a las familias.
Cuidaba a las mujeres cuando estas se quedaban solas realizando los trabajos domésticos que ella les había transmitido, y vigilaba a los niños para que no fuesen devorados por los lobos mientras jugaban.
2
Pero él no podía evocar su nombre, aunque lo había leído en algún texto de la biblioteca pública, o escuchado mencionar de pasada en un documental histórico a los que casi nadie ponía atención.
Se recostó sobre la almohada, prometiéndose que no regresaría a la biblioteca de nueva cuenta tan sólo para buscar su nombre. Un nombre que había leído muy rápido, en algún capítulo sobre una cultura matriarcal de los confines de Indoeuropa, perdida en la noche de las Edades de Piedra y Bronce. De quien arqueólogos y antropólogos apenas tenían vagas nociones erróneas: Catalhuyuc, la nombraban los expertos según la lengua turca primitiva.
Demetrio cerró sus ojos para ver si relajando su cuerpo y mente, la memoria podría traer por propia cuenta, de modo involuntario, el nombre de aquella mujer.
Sabía por experiencia propia, que mientras más se forzaba al cerebro y al pensamiento para resolver un problema o recordar un dato, la mente se alejaba de la posibilidad de encontrar la solución o llegar a su meta.
Relajándose, meditando e incluso durmiendo, había logrado encontrar la clave para solucionar muchos de los problemas y enigmas de su vida.
Pero en esta ocasión ni la meditación ni el sueño resultaron efectivos para que la consciencia recuperara aquel nombre perdido.
Despertó tras un periodo de ensoñación de unos minutos, entonces aplicó energía y severidad a su cerebro, luchando por apoderarse de nueva cuenta del nombre tan anhelado: Afrodita, Isis, Diana, Khali, Magdalena… Nada. Nada de nada. Ninguno de ellos.
Llegó a un punto en que el agotamiento tras más de una hora de esfuerzo psicológico lo extenuó sin remedio.
Demetrio sintió incisivas punzadas en las sienes y la nuca. Aflojó su cuerpo en un vano y último esfuerzo de lucha, esta vez por olvidarse de aquella idea y aquel nombre que lo obsesionaba y lo enfermaba.
Luego cayó en un profundísimo sueño.
3
La mayor parte del tiempo en Catalhuyuc fue muy rara la violencia. Los hombres vivían en paz, no porque no se enojaran de vez en cuando o no hubieran tenido armas: mazos y lanzas para defenderse o atacar a sus hermanos.
Lo que ocurría es que la Diosa Madre, como la nombraban con respeto, les ordenaba que ningún hombre fuese superior a los demás. Ni siquiera los adultos fueron nunca más que los niños, aunque tenían que cuidarlos por ser más pequeños. Mucho menos los hombres fueron jamás superiores que las mujeres.
Pero su verdadero nombre sólo lo poseían los magos y las sacerdotisas. Solamente ellos podían pronunciarlo en susurros y en secreto cuando necesitaban evocarla para suplicarle que curara a alguien, que hubiese buen tiempo para las cosechas, el ganado y la cacería. O, en otro plano, que estableciera lazos invisibles entre los hombres y las mujeres, para que luego surgieran las parejas ligadas bajo su bendición y se perpetuase la especie humana en bien de todos.
Gracias a ella, la raza humana mantenía su conexión inalienable con la naturaleza. Cuando el Dios Macho, el Dios de la razón, el Acorazado, se apoderó del mundo, el hombre comenzó a perder su ligazón con la vida.
Catalhuyuc se ubicaba en los límites entre lo que hoy es Rusia, Afganistán, Mongolia y Turquía. Sobrevivió a muchísimos periodos históricos desde la Edad de Hielo. La Diosa Madre les enseñó a sus habitantes a utilizar la piedra como instrumento de trabajo y armamento, más tarde les descubrió los yacimientos de bronce y les dijo cómo fundirlo y forjar lanzas y arados.
Los adeptos de la Diosa Madre llevaron estatuillas suyas, rebosantes de senos y nalgas, que se extendieron junto con las migraciones hacia el Norte de Europa y luego hacia Norteamérica, pero también hacia el Oriente, Persia, India, China y África.
Las migraciones partían de Indoeuropa, desde donde los seguidores de la Madre llevaron no sólo su magia y religión, sino el caballo, el perro y la agricultura. Los movimientos humanos iban, venían, se marchaban y luego regresaban a los mismos puntos de donde habían partido hace cien años, tal vez más, retroalimentando a los pueblos con nuevos cúmulos de conocimientos adquiridos en cada viaje. Diseminando la cultura humana por doquier, surcando el Estrecho de Bering.
En Europa sus magos y sacerdotisas se hicieron llamar Druidas, en la India, adoradores de las diosas Khali y Shiba. En América nahuales, tlamantinis y maracames.
4
Demetrio se precipitó en el cuarto piso de la biblioteca pública, sujetándose de uno de los libreros para no caer hacia el vacío de más de diez metros que lo llevaría hacia una muerte segura. Había tropezado con un bulto de libros en el suelo durante su búsqueda desesperada.
La frente le sudaba, las palmas de las manos y plantas de los pies se encontraban húmedas. Su corazón latía desproporcionadamente y el pecho le punzaba como cuchillo a la misma altura de su palpitar.
El libro no se encontraba en el lugar donde lo dejara hace días.
Tampoco había conseguido recordar el nombre de la mujer de ningún modo.
Sin saberlo del todo, pero intuyéndolo de algún modo, ELLA había estado presente en su vida desde la más tierna infancia.
Ahora comprendía el porqué lo aterraban cuando niño las pesadillas plenas de brujas horrorosas y dragones. La razón por la que se despertaba a las tres de la madrugada, temiendo que su alma fuese raptada por genios femeninos y diabólicos.
Su nombre había sido prohibido durante la Inquisición y perseguidos sus adeptos y cualquier seguidor suyo, acusado de herejía.
Empero, sus iniciados no se resignaron pese a las matanzas y represiones, sino que tan sólo se disfrazaron y adaptaron, manteniéndola a ella en secreto.
En la adolescencia, las brujas de Demetrio se transformaron en musas y chicas desnudas con las cuales hacía el amor durante sus mejores sueños húmedos.
Por fin logró dar con el libro: desde el cuarto piso de la biblioteca pudo identificarlo tan sólo con la mirada. Lo hojeaba a la distancia una muchacha de cabello rizado y castaño, a quien por cierto, no era la primera vez que encontraba curioseando a través de los mismos pasillos.
Bajó las escaleras con pasos erráticos y temblorosos. Todo lo rápido que le permitían sus nervios
-¡¿¿Me lo prestas……??!
Suplicó u ordeno con una confusa frase a la chica de rizos, quien a pesar de la impertinencia, no evitó clavar una mirada en los ojos de su pobre alma penante.
Hojeó una página tras otra, sin encontrar el nombre. Lo hizo tan rápido que cuando por fin, tras largo sufrimiento, dio con él. No se percató del todo que finalmente lo había encontrado.
Sintiendo como si leyera el suyo propio: Deméter, una forma griega antigua y femenina de Demetrio.
La joven de los bucles volvió a mirarlo directamente a los ojos y ahora le sonrió desde atrás del libro.
De hecho, Demetrio era un derivado masculino de Deméter: “El hijo de Deméter”, leería para sí mismo aunque en voz alta, en un párrafo más adelante del mismo texto. Encontrando el significado antiguo del propio nombre.
Tomando consciencia de que al buscar el nombre de aquella deidad, más bien se buscaba a sí mismo en el fondo de su mente.
Encontrándose por primera vez, con sus ojos, en los ojos de la muchacha.
Hasta ella había llegado, sin quererlo, escuchando el llamado de Deméter.