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Lugar común repetido, es adjudicar al psicoanálisis una función social únicamente terapéutica. La imagen del diván, el paciente echado en él, casi hipnotizado. El analista barbudo a sus espaldas, de habla pausada y suéter de rombos. Quien casi no hace nada más que escucharle, con el rostro descansado sobre la muñeca entumecida, en un gesto que pretende ser inteligente. Asintiendo a todo lo que le dice el paciente.
Pero el psicoanálisis no sólo es clínico. Ni la clínica consiste solamente en divanes, chalecos de rombos y barbas canas. Pasternac nos dá una atinada definición:
El psicoanálisis se define como un método de investigación que permite evidenciar la significación inconsciente de actos, palabras y producciones imaginarias (como sueños, fantasías, delirios) fundándose en las libres asociaciones del sujeto, que permiten construir interpretaciones.[1]
Si el psicoanálisis es un método de investigación, su papel científico y social trasciende la consulta individual. Trastoca el estudio de los pueblos, familias, escuelas, relaciones de pareja: desde luego el amor como interés de investigación. También las manifestaciones culturales diversas, como ha demostrado Zizek: el cine, el teatro, la publicidad, la moda, la pintura, la vida de los artistas y científicos, la literatura (que ya Freud abordara psicoanalíticamente de cualquier manera).
El psicoanálisis no consiste en un método deductivo, es decir, que busque establecer verdades a partir del estudio de muestras enormes, estadística y todo lo que implica. Ir de la generalidad a los casos únicos, como usualmente muchos creen que opera únicamente la ciencia. Sino que estudia las manifestaciones del inconsciente a partir de asociaciones, surgidas de la palabra de sujetos concretos. No se trata de establecer la universalidad del fenómeno de Edipo, por ejemplo, sino de observar y describir la manera en que la relación edípica se manifiesta en un sujeto en particular, o en una comunidad específica que induce a sus miembros tal o cual forma de relación con las figuras paterna y materna. En este sentido, el método psicoanalítico coincide con una serie de tradiciones antropológicas que encajan en la vertiente filosófica y metodológica llamada cualitativa. Se pretende captar la experiencia de un sujeto o de una comunidad desde su propia voz, en sus propias palabras.
Como instrumento de trabajo, el método psicoanalítico no cuenta más que con las herramientas lingüísticas, cognitivas e ideológicas del psicoanalista. De ahí que Freud, en su Psicoanálisis Profano recomendara, incluso insistiera tajantemente, en la necesidad de que los psicoanalistas neófitos asistieran a psicoanálisis didáctico antes de pretender curar a otros. En pocas palabras, el hecho de que nadie debe intentar psicoanalizar a los demás si previamente no ha asistido a psicoanálisis él primero.
En las tradiciones de investigación llamadas cualitativas, se reconoce en un lugar preponderante al propio investigador, su personalidad y su lenguaje como principal instrumento de conocimiento. Y la consiguiente “implicación” del mismo en su objeto de estudio. ¿Podrá ser de otro modo acaso? De hecho, el método psicoanalítico no puede ser un “método” en el estricto sentido de la palabra, como los neopositivistas, pienso en Mario Bunge por ejemplo, lo entienden. Por ello Bunge dice que el psicoanálisis no es ciencia. Y con esto, pretendo mostrar que no estoy para nada de acuerdo con él.
El llamado “método” en psicoanálisis, no consiste, para la sorpresa de muchos, más que en la acción analítica del propio psicoanalista, quien cuenta con su aparato intelectual, pero principalmente con su propia personalidad: emociones, historia personal, intereses, creencias y decisiones propias. Y no puede ser de otro modo, el psicoanálisis se trata de una relación entre seres humanos, donde quien ocupa el primer lugar no es el o los sujetos estudiados o analizados, sino el propio psicoanalista. El analista parte de sí mismo, de lo que ha progresado en su propio análisis personal para comprender a otros. A partir de sí mismo, del reconocimiento de que él mismo es parte indisoluble de la relación con los sujetos a quienes aborda, escucha y observa, es que se puede lograr algún proceso en el conocimiento psicoanalítico. A esto Freud lo llamo en términos más, precisamente freudianos, transferencia y contra-transferencia. En la sociología cualitativa francesa se le llama hoy en día “implicación”.
Entonces, el método psicoanalítico se extiende bastante más allá de la situación del diván. Comienza con el incesante autoanálisis del propio analista y su reconocimiento férreo como parte de una relación humana concreta. Un psicoanálisis didáctico que puede durar años, y un autoanálisis diario, nada sencillo y cotidiano que no debe terminar jamás. Un compromiso ético y científico consigo mismo y con su comunidad.
Metodológicamente hablando, el psicoanálisis no tiene nada que ver con la aplicación indiscriminada de una terminología oscura y para iniciados, como muchos ingenuos pretenden, difaman y actúan. Sino con la comprensión de una situación humana de espejo, donde unos, los que practicamos el psicoanálisis para comenzar, somos capaces de saber que nos estamos viendo a través de los otros. O lo intentamos cuando menos, con mayor o menor sinceridad. Para luego permitir a los analizados, pacientes o como quiera que sea, ser capaces de poseer el mismo conocimiento de la relación intra-humana.
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El conocimiento psicoanalítico logró dar un paso bastante importante en la asunción de su propio objeto de estudio: el inconsciente. Los primeros tanteos de Freud en sus escritos iniciales sobre histeria al lado de Breuer a finales del siglo XIX son apenas algunos acercamientos precientíficos, quizá hasta ingenuos ante nuestros actuales ojos.[2]
Pero Freud no logrará dar en un certero blanco hasta 1900, con su libro La Interpretación de los Sueños. En él apunta hacia el inconsciente como objeto de estudio del psicoanálisis. Plantea que se le puede conocer a través del estudio de diversos fenómenos psíquicos: lapsus, actos fallidos, asociación libre. Pero el principal medio, el definitivo, es el análisis de sueños. Según Nestor Braunsten y Marcelo Pasternac, psicoanalistas preocupados por el sustento epistemológico de su disciplina, al apuntar hacia el camino de la construcción de su propio objeto de estudio, el psicoanálisis da un paso hacia su constitución como disciplina. El inconsciente será ese preciado objeto de estudio. Largamente anhelado, meditado, reflexionado y cercado por diversos métodos de investigación, los cuales seguirán, enriquecerán, extenderán y ampliarán los seguidores del patriarca Freud tras su muerte.
En la actualidad los psicoanalistas caminan de la mano de los etólogos, estudiando las conductas animales y humanas, innatas y aprendidas, en las estaciones biológicas de la Europa Nórdica y el África. Junto con los antropólogos y psicólogos sociales, interesándose por los cambios culturales en distintas orbes, estudiando ritos de iniciación, paso, relaciones familiares, instituciones, religión.
No sólo pretendiendo curar individuos aislados, sino creando posibilidades de análisis y reflexión sobre diversos fenómenos contemporáneos de muchas comunidades distintas. Presta sus herramientas de análisis a los estudios sobre la moda, la publicidad, los medios de comunicación, el cine. Basta leer la interesante obra del ya mencionado investigador serbio-croata Slavoj Zizek, así como la de otros neo-lacanianos.
El reconocimiento de que el psicoanálisis cuenta con su propio objeto de estudio y métodos para abordarlo es lo que permite a los psicoanalistas insertarse en variadas investigaciones transdisciplinarias. Puesto que su objeto de estudio es el inconsciente, y el inconsciente es parte de lo humano, y también de lo animal que es el hombre. De tal modo que la función del psicoanálisis no es sólo terapiar gente sobre el diván, sino investigar el conjunto dimbólico que es la cultura.
[1] PASTERNAC, Marcelo. El Método Psicoanalítico. En BRAUNSTEIN, Nestor. Psicología, Ideología y Ciencia. Ed. Siglo XXI. México. 1975. Pag. 202.
[2] PASTERNAC, 212
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