Dedicado con muchísimo cariño para mi perrita Unechi:
chihuahueña fiel y hermosa, a quien una vez yo salvé del parvovirus.
Ahora muerta recientemente
bajo la impía picadura de un alacrán.
Sintiendo hoy y siempre, que permaneceremos hasta la eternidad,
ligados a todos los perros que nos han tenido.1
No lo bautizamos “León” en homenaje a ningún vocalista de famélica voz, líder de alguna insigne banda mexicana de moda. Sino en honor a Leónidas: el emperador espartano quien se batió contra a un ejército persa cien veces más grande que sus 300 mejores hombres, que lo seguirían hasta la muerte.
“El hijo de León”, significa su nombre; descendiente de Hércules, según cuenta Heródoto, ensalzando su linaje. El mismo historiador griego comenta que el monarca fue el último de sus 300 en morir, sin cesar en ningún instante de blandir su espada contra los enemigos persas. Cayendo uno a uno los griegos, abatidos por el fuego de las saetas del emperador oriental Jerjes. No sin antes haberlos rechazado un sinnúmero de veces y arrojado a la mayor parte de las fuerzas invasores a los abismos de las Termopilas.
No lo escogimos nosotros a él, sino que al aproximarnos a la camada de pastores recién nacidos, aquel cachorro ciego fue quien nos eligió a nosotros. Originalmente queríamos una hembra que se adaptara a las otras dos perras que ya teníamos en casa: una pastora alemán y otra cocker. Pretendíamos evitar la responsabilidad excesiva que implica el apareamiento de los animales en las casas, la reproducción y sobrepoblación de canes en la ciudad. Pero aquel macho se desembarazó por iniciativa propia de sus hermanos para recibirnos, aunque no podía vernos de ningún modo. Pero nos sentía y nos olía, y nos eligió ineludiblemente él, corriendo hacia nosotros sin conocernos aún.
Después que lo abrazamos aquella primera ocasión, no pudimos separarnos ya de él. Aunque ahora pesa casi cuarenta kilos y resulta imposible cargarlo, pues puede derribar a cualquiera con un intempestivo saludo de alegría y amor cuando se arroja encima de uno y comienza a lamer.
Pocos perros he conocido tan cariñosos como él.
Todos los cachorros de aquella camada nacieron ciegos por consanguinidad. Al parecer se acoplaron entre primos y luego entre padres e hijos, sus propios progenitores, por lo que León y sus hermanos nacieron sin globos oculares.
En lugar de ojos, mi perro tiene unos diminutos cuencos, que no dejan de resultar expresivos y amorosos a pesar de todo, y unas singulares membranas color marrón que mueve de cualquier manera, conforme cambian sus estados de ánimo: desde la alegría más explosiva al “vernos”, hasta la sumisión y el miedo ante Gris: la pastora alemán quien es la líder indiscutible de la manada que cohabita con nosotros en nuestro patio. La cual es capaz de someterlo y arrebatarle por derecho jerárquico sus huesos, a pesar de que él es mucho más grande y pesado que ella. Haciéndolo chillar y revolcándolo cuando se niega a obedecerla y apechugar ante su liderazgo. En cierto modo, aunque domesticados desde hace miles de años, los canes continúan comportándose bastante instintivamente, como los lobos y los perros salvajes.
Siento a mis perros mucho más éticos en su comportamiento, más estéticos espiritualmente hablando y bastante más respetuosos de las leyes naturales, más leales y sinceros que la mayor parte de las personas a quienes conozco. Últimamente he caído en la cuenta que realmente, como reza el dicho popular, ahora sí son mis mejores amigos.
Alguna vez un connotado filósofo anunció que mientras más conocía a los hombres, más amaba a sus perros.
2
Durante los primeros siete meses de su vida, León no toleró por ningún motivo que se le pusiera el collar del castigo, ni la correa de entrenamiento, para enseñarlo a caminar por la calle. Cuando salíamos con las otras dos perras adultas, a pesar de no haber dejado nunca que le echáramos encima la cadena, se quedaba llorando solo en el patio. Lamentándose de no poder ir con nosotros, aunque se moría de miedo ante el collar de castigo.
León es igual de valiente que el monarca espartano. Cuando yo lo regaño por alguna travesura, no deja de enseñar los dientes y gruñir levemente, aunque no se atrevería a morder a nadie. Tiene un carácter fuerte por naturaleza. Y me lo demostró en los últimos tiempos aún más.
Poco a poco comencé a aproximarle el collar, de manera que se familiarizara con él. Tardé más de cuatro meses en lograr que perdiera el miedo al metal y a la cadena. Cuando logré colocárselo, el trabajo se complicó aún más, pues León se negaba a caminar y se dejaba arrastrar cuando se le tiraba de la cadena. Dejando caer todo su enorme peso por temor todavía a la correa.
En un esfuerzo verdaderamente sobrehumano de paciencia y psicología animal, ofreciéndole premios cuando daba algunos pasitos dubitativos con la correa, alentándolo, acariciándolo, hablándole (porque los perros entienden muy bien el lenguaje humano), logré que comenzara a caminar a mi lado con su cadena de poco en poco. Y creo que no sólo él, sino principalmente yo junto con él, salimos de un fuerte atolladero emocional en que ambos nos encontrábamos hasta cuando León logró caminar a mi lado. León debido a sus miedos y yo a mi incapacidad de establecer un lazo emocional profundo con él.
La conclusión que saqué en estos días al respecto, fue que no sólo yo lo enseñé, sino que verdaderamente él me enseñó demasiado a mí sobre el control de mi propio cuerpo y el manejo de mi lenguaje emocional. Porque los perros no entienden de racionalizaciones ni elucubraciones mentales, menos aún de masturbaciones teóricas ni mamadas conceptuales. Respetan sencillamente a quien tiene el poder por sobre sus propias emociones y su cuerpo, se inclinan ante quien es dueño de sí mismo, o desprecian sin piedad y se burlan de quien sólo está constituido por un ego burdo e ingenuo, separado sin remedio de su corporeidad.
León se esforzó mucho por salir del estancamiento en que vivía, siendo ya un perro casi adulto que no podía caminar como los otros con su cadena: ciego y abandonado en el patio debido a sus miedos y a su presunta “discapacidad”. Se esforzó tanto durante nuestro trabajo, que me motivó a mí muchísimo más para ayudarlo, enseñarlo y quererlo.
El lazo entre nosotros se acrecentó conforme él daba pasos a mi lado con su collar y yo aprendía de él a ser cada vez más paciente y a controlar mi lenguaje emocional y corporal.
3
A pesar de ser ciego, León puede hoy caminar como cualquier animal con su amo, siempre y cuando yo lo guíe con ciertas precauciones para que no se golpee en los lugares que desconoce, en los postes de luz o las banquetas al cruzar la calle. La gente nunca notaría que es ciego. Sencillamente ven a aquel hermoso e imponente pastor belga y se hacen rápido a un lado, cuando nos ven pasar juntos, en compañía de Gris, la pastora alemán. Custodiado yo, amorosamente por mis dos perros grandes en cada costado.
Recientemente murió Unechi, una perra chihuahuita a quien yo amaba muchísimo y a quien arrebaté del parvovirus cuando apenas tenía tres meses. No la quise traer junto con los otros a la casa, para no separarla de una cohesionada manada de chihuahuas y huskys siberianos de quienes ella era parte indisoluble. Ellos viven con mis padres y me acompañaron durante mi vida de soltero, quedándose en la casa materna cuando yo pasé a otra etapa de mi vida.
He llorado y me he lamentado a lo largo de mi vida por muchos perros: callejeros, mestizos, solovinos, sanbernardos, chihuahuas, rotweillers, dóbermans…. Enanos, medianos, gigantes. Adoptados, comprados, recogidos en la calle, bienvenidos todos...
Desde un punto de vista espiritual, León no está ciego de ningún modo, ni Unechi, la chihuahua, ni ninguno de mis anteriores perros ha dejado de estar a mi lado, aunque hayan partido físicamente.
El día que me toque a mí morir y transitar hacia otro plano, rezo por no ser recibido del otro lado por ningún familiar humano, ni supuesto amigo ni conocido que camine en dos pies. Sino por lo contrario, pido con todas mis fuerzas más que nada, ser custodiado y acompañado hacia el vacío final y los brazos de la muerte esperada, por un séquito cuadrúpedo conformado por todos los perros a quienes he amado y amaré en esta vida.