El falo siempre está más allá de toda relación entre el hombre y la mujer.
Puede ser alguna vez objeto de una nostalgia imaginaria…
JACQUES LACAN –El Seminario IV. La Relación de Objeto.
Fortaleza es la capacidad de decir “no” cuando el mundo querría oír un “sí”.
ERICH FROMM –La Revolución de la Esperanza.
¡Puse ante ti hoy la vida y la muerte, y tú elegiste la vida!
DEUTERONOMIO
1. El Principio de la Avidez
En mi barrio le llaman “tener huevos”. En otros orbes le nombran: “cojones”, “tamaños”.
Lo mismo vale tanto para los hombres como para las mujeres, que como se verá, las hay bastante “huevudas” o, caso contrario: castradas. ¿No son acaso los ovarios dos formas perfectamente ovoides también?
Los huevos se tienen o no se tienen. No hay intermedios ni medias tintas. Se posee la templanza, como se decía desde el Medioevo con respecto a los caballeros, la decisión ante la vida, o no se tiene nada. Si los huevos brillan por su ausencia, la duda y el titubeo serán los rasgos preponderantes en cada acción, en cada palabra, en cada pensamiento, en cada gesto y cada situación donde tenga que elegirse entre alguna alternativa y otra, o entre un camino u otro del devenir.
Y existencialmente, a cada segundo debe optarse por lo mejor para el espíritu y para su libertad, o en cambio, por aquello que lo esclavice gradualmente y malbarate la consciencia. Tomar la segunda opción, siempre la más fácil, no es más que la fachada de una ausencia total de confianza en lo que uno es. La inseguridad permanente ante las pruebas y las encrucijadas de la vida. La necesidad de muletas, bastones sociales y caminos fáciles. La ausencia total de huevos, pues.
En psicoanálisis diríamos: una franca debilidad de carácter.
Vale aclararlo también: si no se tienen “huevos” o, llamémosle de otro modo: decisión, no se tiene nada. Todos los triunfos aparentes en el ámbito material, social, político, sea de izquierda de centro o de derechas; todos los encumbramientos institucionales, culturales, artísticos, privilegios, premios, acaparamientos de recursos y acumulaciones de poder, no hacen más que enmascarar la ausencia de fortaleza emocional interna y un gran miedo a la vida. Nuevamente, admitámoslo: se trata de la carencia de gónadas (glándulas sexuales –en el sentido metafórico), sean estas masculinas o femeninas.
En el Oriente se habla de una glándula ubicada entre el sexo y el ano: el muladará, el primer chakra del cuerpo humano, el cual es la fuente de la energía primordial (la libido) y cuyo escaso o nulo funcionamiento, se encuentra vinculado con la depresión, la falta de voluntad, de decisión y de valor. De nueva cuenta, encontramos una estrecha relación entre la autonomía psicológica y la potencia sexual.
En otras palabras, el poder de erotización y de sensualidad, la fuerza espiritual y la capacidad de libre de decisión, van estrechamente de la mano.
¿Porqué habría alguien de erigir a su alrededor una serie de barricadas, trincheras, defensas y murallas basadas en objetos materiales: autos, casas, becas, posicionamientos institucionales, poder político, empresarial, con sus obligados perros guardianes para custodiarlos y su ineludible miedo permanente a que alguien con similares ganas de lo mismo se los arrebate, no sin antes haberles cortado la garganta?
¿Para qué construir bunkers internos y cárceles psicológicas e institucionales donde resguardarse, si podría contarse con la propia fuerza sexual y espiritual, la potencia interna que no depende más que de uno mismo?
Es que para obtener estas últimas se requiere mucho trabajo interno y autodisciplina. Cosa nada sencilla.
Reconozcámoslo: a mayor avidez de objetos materiales, de poder y de dinero, mayor será la ausencia psicológica de aquello que pende de la entrepierna, o que se encuentra dentro de ella, en el caso femenino.
El hombre que logra superar la avidez y las ansias de posesividad, evoluciona en contra parte hacia una escala espiritual superior.
A la inversa, el hombre quien pierde la batalla contra el principio de la avidez, opta por la vía de la muerte, la mecanización y la violencia.
No puede exigirse paz ni reducción de la violencia a ningún gobierno en cualquier lugar, si a nivel individual no se es capaz de una renuncia a los privilegios, al exceso de lujo, a los cúmulos de poder, al consumo incesante y la búsqueda de control, si somos incapaces de renunciar a nuestras pequeñas adicciones y lujos. Cuya suma a nivel global se traduce en una sociedad viciosa, débil emocionalmente, autocomplaciente, dormida, infantiloide y castrada.
Se exige paz ejerciendo violencia pasiva y consumista día a día. A cada paso, a nivel personal se generan pequeñas dosis de cruenta violencia mediante un sistema social basado en el consumo y la búsqueda de poder del que todos somos cómplices.
Renunciar a la avidez en pequeña escala, podría ser el primer paso hacia la reducción de la violencia global. Está claro que todos generamos la violencia desde nuestra trinchera. Antes de voltear hacia el mundo y asustarse, lamentarse y exigir soluciones que vienen de afuera, conviene admitir y mirar hacia dentro.
¿Seríamos capaces de renunciar a nuestros diminutos privilegios, lujos, a nuestras pequeñas adicciones y fatales autocomplacencias, a cambio de una sociedad más madura y algo más sana?
2. Un psicoanalista de cojones
Y por otro lado, volviendo a la psicología individual, ¿qué puede hacerse precisamente por aquellos casos donde se adolece de determinación y de fortaleza emocional?
¿A qué clínica acudir, qué tipo de terapéutica tener en cuenta en el caso de la ausencia de huevos, de valor y decisión?
¿Dónde encontrar unos implantes de glándulas sexuales y quién los puede colocar? ¡Si jamás los hubo previamente!
En el psicoanálisis se habla de la imagen del falo cuando se refiere a aquel elemento psicológico que aporta la fortaleza, la iniciativa, la voluntad y la acción a la vida de los individuos. El falo tanto en el hombre como en la mujer, consiste en un principio activo rector en las relaciones.
Jacques Lacan fue el primero (sino de los primeros) en documentar un debilitamiento tanto en la imagen masculina como en la figura del padre en la Cultura Occidental en general. Al verse minimizada la imagen del padre en nuestras sociedades, el principio fálico masculino se ve empobrecido paulatinamente y degradado a nivel cultural.
El padre ausente, aunque exista a nivel físico, encontrándose disminuido, debilitado, incluso devorado u opacado por la figura materna, conlleva depresión constante, nerviosismo e inseguridad generalizada, temor incesante ante causas desconocidas, falta de decisión por siempre y acucia total del ser.
Sin el principio activo del padre y del falo en la propia vida, los sujetos parecen crecer en una suerte de feminización obligada, de ajotamiento social y debilidad psíquica casi congénita. Y no tiene nada que ver con la orientación homosexual, misma que una vez bien definida y asumida, puede dar muestra de los mayores huevos, incluso aún más que muchos presuntos o ficticios heterosexuales. Mucho menos tiene que ver con la búsqueda del machismo o de un discurso que pretenda volver a él. Sino con la consideración y recuperación de un principio masculino venido a menos desde hace varias décadas, depauperado gradualmente a nivel cultural.
Jacques Lacan fue el primero entre toda una horda de psicoanalistas de segunda y tercera generación después de Freud, en admitir homosexuales, esquizofrénicos y suicidas en su diván. Estos grupos acudían gustosos a su consulta en busca de un oído inteligentísimo y sincero, perfectamente libre de prejuicios judeocristianos. Ante un psicoanálisis que hasta antes de Lacan se negó a escucharlos.
Llama la atención que un científico social quien se había empeñado en construir una teoría y un discurso por demás oscuros, abstractos, casi barrocos e inexpugnables, pudiese brindar un oído tan fino, limpio y dispuesto a todos aquellos locos, locas, lesbianas, suicidas y homosexuales asumidos o no en la Francia de mediados del siglo XX.
La propuesta del psicoanálisis lacaniano consistía entonces en el conocimiento del Otro Yo, en la revelación del verdadero “deseo”, como decía Lacan, y en seguirlo a como diera lugar.
Lacan escuchaba el discurso de sus consultantes y de inmediato contactaba con el Otro Yo, oculto tras los significantes superficiales, ensombrecido detrás de las palabras y las oraciones de quienes se tendían en su diván. La figura del Otro Yo en realidad era mucho más antigua que la propuesta freudiana y lacaniana.
Lacan fue el primero que aprendió a hablarle a ese Otro Yo, desconocido y exiliado. Haciendo sentir verdaderamente escuchados a sus pacientes, independientemente de sus etiquetas tales como neurosis, esquizofrenia, suicidio, homosexualidad, que no eran para él más que simples “significantes”, que Lacan descifraba y develaba con maestría.
Una verdadera escucha es aquella que trastoca las estructuras profundas de quien habla: la que entra en contacto con el verdadero deseo del paciente y lo hace hablar. Aquella quien le concede voz al Otro Yo, al Inconsciente.
Al finalizar su vida, Lacan tampoco pudo superar el principio de la avidez. Muriendo devorado por una demencia vascular y un cáncer de colon. Rodeado de sus inimaginables colecciones de libros, obras de arte antiguo y moderno, sus cuentas de banco y sus incontables discípulos.
Empero, nadie como él crearía unas teorías geniales y un oído accesible, certero y preciso para con la locura. Tuvo los huevos suficientes para crear un nuevo psicoanálisis que podría resultar asequible para la esquizofrenia, la homosexualidad y el suicidio.
Lacan tuvo los tamaños para abandonar en un momento dado, la Sociedad Psicoanalítica Francesa, que lo rechazara y vilipendiara debido a su práctica clínica un tanto sui generis, y construir su propia escuela. Digno heredero de la fuerza creadora patriarcal, fálica, revolucionaria, huevuda, cojonuda e independiente de Sigmund Freud.